La Comisión Nacional de los Derechos Humanos ha determinado en su informe sobre el caso Ayotzinapa que el pasado 12 de diciembre las policías federal y ministerial de Guerrero dispararon indiscriminadamente durante 25 minutos contra estudiantes normalistas. Mientras, Ernesto Zedillo es acusado ante una corte de Estados Unidos por delitos de lesa humanidad cometidos contra indígenas de Chiapas durante su mandato.
En medio de estos dos hechos, llega el aniversario 105 de la matanza de obreros y obreras que estaban en huelga en la fábrica de Río Blanco, Veracruz, y que el periodista John Kenneth Turner documentó en su célebre libro “México Bárbaro”, en el capítulo once, denominado “Cuatro huelgas mexicanas”.
Si comparamos el México de entonces con el de hoy, es evidente que poco, muy poco ha perdido de bárbaro.
Sobre el escenario de la matanza, Turner escribió: “A una altitud media entre las aguas infestadas de tiburones el puerto de Veracruz y la meseta de los Moctezuma, Río Blanco es un paraíso no sólo por su clima y paisaje, sino por estar perfectamente situado para las manufacturas que requieren energía hidráulica. Se dice que el mayor orgullo del gerente inglés Hartington estriba en que la fábrica de textiles de algodón de Río Blanco no sólo es la más grande y moderna en el mundo, sino también la que produce mayores utilidades respecto a la inversión”.
En la fábrica de hilados de Río Blanco, los hombres ganaban 75 centavos por día; las mujeres de $3 a $4 por semana, y las y los niños, (de entre siete y ocho años de edad) de 20 a 50 centavos por día. Trabajaban 13 horas diarias entre el estruendo de la maquinaria, en un ambiente cargado de pelusa y respirando el aire envenenado de las salas de tinte. Todo eso hacía que quienes laboraban en la fábrica de Río Blanco sólo logran vivir, en promedio, unos 12 meses.
En ese entonces, en México no había leyes de trabajo que realmente se cumplieran, no había inspección de las fábri¬cas, ni reglamentos eficaces contra el trabajo de los meno¬res, no había procedimiento mediante el cual los obreros pudieran cobrar indemnización por daños, heridas o muerte en minas o en máquinas. Sobre este tema, Turner escribió: “El grado de explotación lo determina la política de la empresa; esa política, en México, es como la que pudiera prevalecer en el manejo de una caballeriza, en una localidad en que los caballos fueran muy baratos, donde las utilidades derivadas de su uso fueran sustanciosas, y donde no existiera sociedad protectora de animales”.
Además, las y los seis mil trabajadores de la fábrica de Río Blanco debían pagar 2 pesos a la semana por la “renta” de un diminuto cuarto con piso de tierra en donde pernoctaban hacinados. Por si fuera poco, el pago no era con dinero, sino con vales de la tienda de raya. Todo ello estaba permitido porque Porfirio Díaz era fuerte accionista de la fábrica.
Así pues, las y los obreros se fueron a huelga. Permanecieron sin recibir dinero ni comida durante dos meses. Turner señala que se alimentaban de frutos silvestres, raíces y hierbas recolectados de las montañas. Cuando ya no hubo que comer, buscaron a Porfirio Díaz y le suplicaron que investigara su causa, con la promesa de acatar su decisión. El presidente simuló investigar y pronunció su fallo: La fábrica les recontrataría, pero sin ningún cabio en las condiciones laborales.
Obreras y obreros acataron el fallo, pero estaban muy débiles por la inanición, así que el 7 de enero de 1907, día de su rendición, acudieron a la tienda de raya a pedir maíz y frijol a cuenta, para poder rendir en el trabajo. El encargado de la tienda se rió de la petición y soltó una frase lapidaria: «A estos perros no les daremos ni agua».
Entonces, la obrera Margarita Martínez exhortó al pueblo para que por la fuerza tomase las provisiones que le habían negado. La gente saqueó e incendió la tienda y prendió fuego a la fábrica, que se hallaba enfrente. En ese momento el gobierno demostró que estaba más que listo para atacar. De la nada y comandado por el propio subsecretario de guerra, el general Rosalío Martínez, entró todo un batallón, con un desmedido número de soldados y con la policía local (Cualquier parecido con Ayotzinapa…)
Los obreros y las obreras no tenían ni una sola arma. En “México Bárbaro” se apunta que “aparecieron los soldados como si surgieran del suelo. Dispararon sobre la multitud descarga tras descarga casi a quemarropa. No hubo ninguna resistencia. Se ametralló a la gente en las calles, sin miramientos por edad ni sexo; muchas mujeres y muchos niños se encontraron entre los muertos. Los trabajadores fueron perseguidos hasta sus casas, arrastrados fuera de sus escondites y muertos a balazos. Algunos huyeron a las montañas, donde los cazaron durante varios días; se dis¬paraba sobre ellos en cuanto eran vistos. Un batallón de ‘rurales’ se negó a disparar contra el pueblo; pero fue exterminado en el acto por los soldados en cuanto éstos llegaron. No hay cifras oficiales de los muertos en la matanza de Río Blanco; si las hubiera, desde luego serían falsas”.
Se cree que asesinaron aproximadamente a 800 personas. El gobierno realizó grandes esfuerzos para ocultar la matanza (como cargar los cadáveres en plataformas de ferrocarril y arrojarlos al mar) “Pero el asesinato siempre se des-cubre”, sentencia Turner. Aunque los periódicos nada publicaron, la noticia corrió de boca en boca hasta que la nación entera se estremeció al conocer sobre el genocidio.
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FB: Tania Mezcor