Siempre he desconfiado de la afirmación que pretende condicionar alguna transformación social: “es que primero debe darse un cambio cultural…”, se dice con regularidad.
Pero, ¿debe ser así? Pienso en los avances contra el tabaquismo, para documentar mi desconfianza. Verás:
Tu y yo recordamos cuando en los restaurantes se fumaba sobre las mesas y posiblemente evocarás que había ceniceros integrados en los brazos de los asientos de los autobuses. Porque era tan habitual fumar, que se exhalaba humo hasta en los salones de clases. Luego alguien vino (bueno, alguien no, sino la Organización Mundial de la Salud) a decirnos que eso no podía seguir así y, por tratados internacionales, el Estado mexicano se vio obligado a emprender campañas contra el tabaquismo. Luego se legisló y quedó prohibido que las personas fumaran en lugares cerrados. Claro que, muy acomodaticios, las fondas se inventaron las zonas para fumadores (algunas aún existen), pero ahora ya no hay edificio donde se permita fumar. Quien quiera echarse un cigarro, tiene que irse a la calle.
Considero que eso está bien. Según la OMS, las ventas de cigarros en México han caído al rededor del 35 por ciento desde principios de los años 2000 –aunque ha aumentado en un 2.5 por ciento el consumo de tabaco entre adolescentes. Sin duda, estos son datos que alientan la lucha contra el tabaquismo.
Pero es ahí cuando surge la pregunta: ¿Se habrían logrado estos resultados –magros, si se quiere–, de no haberse impuesto la obligación de no fumar en espacios cerrados? ¿Cómo iríamos en esto si la sociedad solamente le hubiera apostado, o se hubiera esperado a que ocurriera un cambio cultural? Pues, seguramente aún estaríamos esperando.
Esto es porque ningún cambio social o político, ya no se diga económico o personal, depende solamente de un cambio cultural. Para esto, se requiere un ejercicio de poder. No es la voluntad o el deseo; toda idea requiere de una fuerza adyacente para convertirse en realidad.
En el caso del tabaquismo, se requirió poder político para disminuir su influencia. Bien, entonces, ¿qué clase de poder se requerirá para erradicar la discriminación y el racismo en México?
Si tu respuesta fue: “poder politico”, bueno, sí, eso serviría. Pero se supone que tenemos hartas leyes, reglamentos, instituciones públicas y privadas para esto, pero ¿dónde están los resultados, si en este país, cinco de cada diez se sienten discriminados, y siete de cada diez afirma que ocupa puestos menores en su trabajo debido a su color de piel? Y no vayamos lejos: el INEGI apenas en el año 2015 incluyó a la población afromexicana en su censo de población…
Para intentar encontrar un camino hacia una respuesta convincente, traigo a colación la película Roma, de Alfonso Cuarón, la cual ha sido nominada a diez premios Oscar. Entre otras cosas, se trata de una película que ha puesto en el centro del debate la discriminación, el trato y los derechos de las trabajadoras domésticas; además, luce a nivel mundial porque, por primera vez en su historia, una mujer indígena ha sido nominada en la categoría de mejor actriz.
Estos sucesos tienden a evaluar los estigmas de la industria cultural sobre las poblaciones históricamente segregadas.
Veamos si no:
A la actriz Yalitza Aparicio, su nominación al premio más prestigioso de la industria cinematográfica no le ha salvado de comentarios racistas como las de la actriz Patricia Reyes Espíndola quien afirmó que la protagonista de Roma no repetiría su éxito en otra película; u otros, como esos que afirman con sórdida ignorancia que, al interpretar a una trabajadora doméstica, la artista indígena oriunda de Tlaxiaco, Oaxaca, en realidad no estaba actuando.
Ya lo ves, México es un país racista que cree que no lo es.
Por eso, es delicioso atestiguar como Yaltiza Aparicio figura en el olimpo del séptimo arte, ganándose el reconocimiento de especialistas y entusiastas dentro y fuera de México.
¿Podría esto cambiar, tan siquiera disminuir, el racismo en este país?
En algo cambiará, sin duda. Se trata de una creación artística que tiende a sentar la base de un cambio cultural concreto en México. Porque detrás del éxito de “Roma” se encuentra el reconocimiento de centros de un centro de poder económico muy importante. Esto está desencadenando una modificación en la manera de asimilar colectivamente (cambio político) la participación de las poblaciones indígenas en asuntos que rompen su estereotipo, al menos en lo referente al cine. Se entendía, pues, que para triunfar en Hollywood había que repetir los patrones blancos; las latinas y los latinos han luchado por no ser encasillados a papeles estereotípicos, repitiendo entonces el epítome blanco estadounidense. Y qué ironía: es una mujer indígena en el papel de una trabajadora doméstica quien ha sido nominada al Oscar.
Estas son las cosas que realmente provocan un cambio cultural entre las masas. Estas transformaciones no nacen abajo, entre la aglomeración, esperando a que pasen siglos para que permeen. Las tradiciones y los ritos arraigados en la cultura popular son productos de una imposición vertical. Nacen en los aparatos ideológicos: en los medios de comunicación, en las iglesias, en las escuelas. Y son motivadas por los poderes hegemónicos.
Por eso deben ocurrir más fenómenos como los de “Roma”. Así, hasta que la sociedad adopte una nueva cultura alejada de la discriminación.