PACHUCA — «¡No les voy a fallar!», clamaba Julio Menchaca en lo alto del estrado solemne, ante el pueblo incesante sobre la plancha de la plaza Juárez, echando en cada arenga un puño de tierra sobre el ataúd priísta que se hundía bajo sus pies. El nuevo gobernador constitucional del Estado sellaba con semejante promesa una era completa, el fin de hegemonía uni-partidista, partiendo en dos la historia política de la entidad y, al mismo tiempo, abriendo con sus propias manos las páginas en las cuales se escribirá el capítulo de la alternancia, tantos años anhelada. Sí, lo dirán los libros de texto: un cinco de septiembre de 2022, el PRI dejó de mandar en Hidalgo.
Era un día esperado. Se derramó mucha sangre para llegar a la fecha y tantas otras almas fueron esparcidas en los abismos por la metralleta del cacique, buscando el ideal democrático. Pero no hay mal que dure cien años o, en el caso hidalguense, plutocracia de noventa y tres. El pueblo que asistió a la toma de protesta, por eso gritaba: “¡Fuera el PRI! ¡Fuera el PRI!”, cuando las pantallas que proyectaban los detalles del evento enfocaron a los exgobernadores priístas Manuel Ángel Núñez Soto y Francisco Olvera Ruíz, únicos dos valientes predecesores de Menchaca que se atrevieron a asistir a la toma de protesta. “¡Fuera el PRI!”, subía el alarido como una ola en las voces del grupo de miles de morenistas que se ubicaron en la parte trasera del recinto, acomodado bajo un gran domo de fierro y lona que prometía no desvanecerse.
Menchaca, a punto de convertirse en gobernador constitucional, llegó a su evento escoltado por el mandatario saliente, Omar Fayad Meneses, último de su estirpe. Se abría paso entre amistades, personas invitadas y seguidores, a quienes saludaba eufórico ni bien salía por la puerta principal de la sede del Ejecutivo, la cual ya había mandado adornar una semana antes con motivos de bordados Hñahñus sobre un fondo guinda, despidiendo (ojalá que para siempre) ese tricolor choteado.
Mano a mano avanzó desde el costado de la plaza habilitada como Sala del Pueblo, caminó por el medio, hasta llegar a la primera fila de invitados especiales, justo al calce de la tarima donde ya había dado inicio formal la sesión de la LXV Legislatura, en los hechos, anfitriona de la fiesta. Ahí, se encontraba con las famosas “corcholatas”, aspirantes a la candidatura de Morena a la Presidencia del país, quienes, junto al dirigente nacional de Morena, Mario Delgado Carrillo, arropaban al correligionario hidalguense en su toma de protesta.
Al primero en saludar fue al canciller Marcelo Ebrard Casaubón, quien se llevó los vítores de los presentes. “¡Presidente! ¡presidente!”, coreaban no muy pocos. Pero las porras acababan cuando, de inmediato, Menchaca estrechaba a la jefa de Gobierno de la Ciudad de México y favorita en las encuestas, Claudia Sheinbaum Pardo, cuya figura fue aplaudida por lo alto cuando su rostro se delineó en la pantalla mientras abrazaba al gobernador entrante. “¡Presidenta! ¡presidenta!”, adulaba el mismo grupo de porristas, dividiendo las preferencias in situ, así como ocurre en las gráficas que apuntan a la sucesión presidencial.
Quien, en contraste, se llevó las rechiflas y los gritos de “¡traidor!” fue el coordinador de la bancada morenista en el Senado, Ricardo Monreal Ávila, siendo empatado en repudio con los representantes priístas, semejantes en la execrable manía de hacer política turbia y, en el caso del zacatecano, en contra del mismo Andrés Manuel López Obrador. De tal modo, tronaba de inmediato en Twitter el son de “Abuchearon a Monreal en Hidalgo” y sí. Sólo le ganó en el despreciómetro el alcalde de Pachuca, Sergio Baños Rubio, cuya multitudinaria rechifla desató las risas y los murmullos bajo los cubrebocas.
Hasta que Julio Menchaca subió a la tarima donde, finalmente, tomaba protesta como gobernador constitucional. La generalidad, en su alegría, también ignoraba la huida de quienes ahí también entregaban el poder. Por un pasillo aislado, se vio salir a solas y cabizbajo al otrora poderoso secretario de Gobierno, Simón Vargas Aguilar, esta vez sin escoltas, lisonjeros o potenciales ligues de ocasión, placeres coaccionados por la potestad que lo abandonaba. Un símbolo de una época que quedaba soterrada ahí, en esa plaza y en ese evento, mientras el mediodía dejaba salir el sol a pesar de una mañana con pronóstico de lluvia. Minutos de después, el decaído jefe tricolor, Omar Fayad, salía del evento a paso veloz, impulsado por el “muchas gracias, muchas gracias” que entonaba sobre sí mismo como un remo de dignidad que lo alentaba hacia adelante, es decir, hacia la despedida.
El discurso de Menchaca Salazar fue breve. Su epílogo, la promesa de hacer valer la cuarta transformación obradorista sobre la tierra hidalguense. Y encima, un deseo: que, al término de su mandato, el ahora gobernador logre caminar las mismas calles de la ciudad mirando a las personas de frente, como siempre ha sido, desde los tiempos primigenios de la tintorería El Norte que su familia fundó hace más de cincuenta años, fundiéndose para siempre entre la vecindad pachuqueña como una más, que ya no tanto, pues su hijo pródigo, el abogado de diez, el funcionario de la sonrisa amable y ojos verdes sinceros, se ha convertido en el primer mandatario del Estado que lo vio nacer.
Terminaba la sesión solemne y un hormiguero de parabienes rodearon al nuevo gobernador. Las ‘selfies’ destellaron junto con los abrazos, cientos de abrazos de personas conocidas, amigas, algunas, aliadas, las muchas y tantas más no tan honestas que terminarán el sexenio negando su nombre. Así es el poder. El duende furtivo. Pero le quedarán otro ciento tanto más de amigos y amigas leales que caminaron con él en los días aciagos, caminarán firmes su gubernatura y seguirán andando a su lado cuando cesen los clamores. Y su familia. Edda, Carolina y Julio, quienes, mientras él, su esposo y padre, era abonado por las felicitaciones, lo miraban a la vera de la tarima con gestos repletos de amor y orgullo más la templanza de un atlante, a sabiendas de que son y serán la fuerza de su fuerza, la historia de su historia. Su tiempo es el tiempo de Hidalgo; en su nido se gesta la esperanza de tres millones de hidalguenses; esperanza que ha nacido aquí, también, un cinco de septiembre.