Los años de pandemia que vivimos recientemente develaron que la mayoría de la población mexicana no tiene una habitación propia en la cual pueda trabajar, estudiar o estar consigo misma, que le permita tener la suficiente holgura para que el resto del espacio habitable lo dedique para convivir armoniosamente con su familia, tenga ésta la composición que tenga, mucho menos una habitación propia para las niñas o mujeres de la familia.
Aún es lejano que las mujeres tengamos un espacio íntimo para reflexionar sobre nosotras mismas, para realizar un recuento de las vivencias personales que van transformándonos en el día a día, de los cambios que posteriormente se pueden ver reflejados en otras mujeres. Hacer un balance de batallas, aciertos y errores. De cómo transcurre la vida entre la familia, los amores, las amigas, los amigos, la comunidad con la cual nos desenvolvemos.
En los años veinte del siglo pasado, cuando le pidieron a Virginia Wolff que hablara de las mujeres y la novela ella disertó sobre la importancia de que las mujeres tengan una habitación propia para poder escribir y una renta monetaria que les permita dedicarse a la creación a través de la observación de la vida misma, la lectura y los viajes. Cuando a Simone de Beauvoir le preguntaron, en los años cuarenta del pasado siglo, sobre el papel de las mujeres ella habló de la importancia de su independencia y de que ésta empieza en el monedero. Acertadamente, Rosario Castellanos reafirmó tales ideas, pues es la independencia personal de las mujeres la que las lleva a la libertad, a construir un criterio propio sin presiones de ningún tipo y, por ende, a la libertad de crear. Tinta sobre el tema, mucha ha corrido durante el Siglo XX y lo que va del XXI; no obstante, los títulos firmados por mujeres siguen siendo menos que los signados por hombres, de ello dan fe las bibliotecas y librerías, las virtuales y las físicas. Es claro que seguimos necesitando recursos materiales y una habitación propia.
Somos resultado del cúmulo de experiencias pasadas
Es un sueño aún el día en que para nosotras no sea un privilegio el gestionar el espacio propio desde el cual ser, el cuarto propio donde podamos trazar y reflexionar nuestra historia y generar nuestras creaciones literarias o el trabajo académico y científico.
Retomando las disertaciones de Virginia Woolf, reafirmamos con ella que somos el resultado de un cúmulo de experiencias de las mujeres que han configurado nuestra historia, una Sor Juana Inés de la Cruz, quien en 1669 tuvo que ingresar al convento para poder desarrollar su talento creativo; de las miles de mujeres invisibles que participaron en las gestas revolucionarias que fincaron los cimientos de la patria; de las escritoras mexicanas del naciente Siglo XX; de las primeras compatriotas que pisaron las universidad para ser médicas, químicas, abogadas; las sufragistas; las primeras parlamentarias; las heroicas feminista de las décadas de 1960 y 1970.
En el plano personal, he sido afortunada con coyunturas de holgura monetaria para crear y publicar ensayos, libros, cuentos en antologías o revistas; pero también he tenido coyunturas de más altos ingresos a cambio de una dedicación completa a actividades de la función pública que no dejan resquicio para la creación libre e independiente. Así, hay miles o millones de mujeres que sacrifican su talento creativo o investigativo para cumplir con estándares que les permitan mantener cierta autonomía económica frente a las demandas de producción y reproducción familiares, sociales o comunitarias. No obstante lo anterior, es un deber histórico caminar hacia la utopía del cuarto propio y una percepción monetaria que nos dé la libertad creativa.