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viernes, julio 26, 2024

La hora jazz: De pronto me habló un Santo

. Llevaba un poco más de tres horas de camino, el sol calentaba demasiado y mis tripas hacían ruidos extraños. Pero esas tres horas no eran tan largas como los diez minutos que habían transcurrido en aquella capilla. Era extraño, pero me sentía observado por el santo de aquel templo, presentí que podrían ser mis remordimientos de conciencia, me consideraba religioso, pero hace años que no me tomaba tiempo para hacer una oración, eso de trabajar tiempo completo en una agencia de noticias no te motiva mucho a creer en beatos y rezar. Así que quizás no solo me sentía observado por un santo, sino por mi conciencia y mi pasado.

 Por Jesús Ángeles / Desde Abajo

De pronto me hablo un santo. No fue en un sueño, ni en la iglesia, tampoco estaba enredado en algún tipo de sustancia alucinógena, sencillamente estaba afuera de una capilla, exactamente a la orilla de una carretera. Mi carro se había calentado y la parada más cercana fue aquel santo que pocas veces en el año lo visitan. Tenía que esperar un buen rato para que mi auto se enfriara y, por ahí no había más cosa que mirar el paisaje, tomar algunas fotografías, y sentarse hasta que al tiempo se le ocurriera avanzar.

 Llevaba un poco mas de tres horas de camino, el sol calentaba demasiado y mis tripas hacían ruidos extraños. Pero esas tres horas no eran tan largas como los diez minutos que habían transcurrido en aquella capilla. Era extraño, pero me sentía observado por el santo de aquel templo, presentí que podrían ser mis remordimientos de conciencia, me consideraba religioso, pero hace años que no me tomaba tiempo para hacer una oración, eso de trabajar tiempo completo en una agencia de noticias no te motiva mucho a creer en beatos y rezar. Así que quizás no solo me sentía observado por un santo, sino por mi conciencia y mi pasado.

 Pasando otros cinco minutos decidí encararme con aquel beato, reconocerlo, recordar su nombre. Me pareció buena idea pasar los minutos repasando el catecismo de la infancia, así que di un giro de noventa grados para mirar aquel santo. Ahí estábamos los dos mirándonos a los ojos, el tenía aspecto de San Judas Tadeo un poco abandonado, sin embargo permanecía limpio,  como si alguien procurara limpiarlo de vez en cuando. Mientras lo miraba traté de hablarle, aunque alguna ves me comentaron que hablarle a un santo o a Dios era exactamente lo mismo que rezar.

 Mirándolo a los ojos comencé a charlar con aquel santo, le platique de mi auto, y como si estuviera en el psicólogo empecé a soltar mi lengua diciendo todo tipo de cosas: le hable de mi reciente rompimiento con mi novia, de mis problemas familiares, del fin del mundo, de mis deseos por conseguir un mejor en empleo. También le hable de música, de los militares que rondan la ciudad, que por si fuera poco, ya me había parado un par de veces únicamente porque les había tomado una fotografía. Ahí estaba contándole cosas aquel santo verde, con un poco de fe y ocio, hasta que me quede callado.

 El sonido de los trailers se escuchaba interrumpiendo el silencio de aquel lugar, habían pasado unos veinte minutos y los creí pertinentes para probar si mi auto se encontraba en mejores condiciones. Pero valla la sorpresa que me tomó en ese momento, pues justamente cuando le había dado la media vuelta aquel santo, una vos se escuchó diciendo: «Eso es todo lo que tienes que decir». En aquel momento sentí un escalofrío semejante al que se siente cuando uno se interna en un congelador de carnes, provocando que mis piernas se colocaran inmóviles. No sabía quien había hablado en ese momento, pensé que estaba solo, pero parecía que no; alguien había escuchado mi monologo y eso me causaba miedo. De pronto la voz se volvió a escuchar: «Creo que ahora toca mi turno de hablar, porque no das la media vuelta y me prestas la misma atención que yo tuve contigo».

 Me parecía estúpido lo que estaba pensando, pero comencé a pensar que la voz que escuchaba era de aquel santo pero…

 «Los santos no hablan verdad, solo escuchan. Pero por alguna razón me mandaron hasta este lugar, sobre una carretera, mirando como se persignan las personas que pasan en sus autos y cuidando de los que se accidentan por este lugar». Todo eso me decía mientras me decidía a dar la media vuelta y mirarlo.

 «Tus plegarías han sido escuchadas, y muchas de ellas te serán cumplidas,  no precisamente porque haga milagros, porque para poder hacerlos primero necesitaría tu fe, que la tienes, pero no la cultivas. No acostumbro platicar con toda la gente que se para frente a mí, solo lo hago con un viejo que acostumbra limpiarme de vez en cuando, y que pronto lo tendré que encaminar por el camino del Señor. Contigo he tenido la confianza de platicar por una sola razón, escribes en un periódico, y como yo, estas inconforme de las injusticias que hay en este mundo que ustedes llaman tierra».

 «Seré muy breve, necesito que en cuanto puedas llegar a la ciudad, compres un candado, el mas caro que puedas conseguir, para que se lo lleves al viejo que cuida de mi capilla. Este candado que tengo no sirve porque unos jóvenes tienen un duplicado, y ciertos días de la semana acostumbran sacarme de la capilla para pedir dinero en la ciudad. Se hacen pasar por peregrinos y van con la gente que encuentran en la calle para pedirles una limosna que terminarán utilizando para comprar cerveza. Todavía se dan el descaro de dar cambio si alguien les dice que solo traen un billete de cien. A veces llegan a juntar hasta mil pesos al día, y todo se lo gastan el licor y cerveza que se la toman en la casa de alguno de estos maleantes.

 Lo peor de todo es que me sientan con ellos, me abren una cerveza y me la acercan, me dicen salud para después darme las gracias. Ya cuando están borrachos, se toman la cerveza que me destaparon y hasta me sacan a bailar. La última vez estuvieron a punto de tirarme de un borrachazo, situación que no puedo tolerar. Ojala y puedas comprar ese candado y llevárselo a mi vigía, el vive a una hora de aquí siguiendo aquel camino que esta a la izquierda de mi capilla, te será fácil encontrarlo. Hazlo si crees que un santo te ha hablado, y por la poca fe que te queda.»

 Cuando aquella figura terminó de hablar, rompí el candado que lo resguardaba, lo cargué y lo subí al auto. Cuando llegué a la ciudad, hice exactamente lo que hacen los jóvenes maleantes con aquel Santo, solo que en lugar de regresarlo a aquella capilla sobre la carretera, le dí un nuevo hogar, simplemente tome un martillo y acabé con él hasta llevarlo a donde verdaderamente pertenece, al  fin y al cabo polvo era, y en polvo debía convertirse.  

 

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