por Pedro González Munné / Desde Abajo
Es corriente para muchos cubanos hoy refugiarse en los clásicos, tal vez por aquello de contemplarnos en el espejo de la historia. Los exilios pueden ser un espejo de dos caras, uno para la isla y otro para afuera, pero en ambos seguimos siendo los mismos, por más caretas que nos proponga el tiempo.
El llevado y traído poeta decía la Patria es ara y no pedestal, pero en nuestros tiempos de nómadas la dispersión cultiva los egos, el tiempo suaviza lápidas, acolchona recuerdos, enmarca sueños en ventanas, borra palabras de la memoria, desorienta nuestras brújulas, nos hace ver molinos como gigantes inabarcables.
Las casas cubanas en tierra firme se convierten en úteros de horror vacui, amontonamientos sinfín de objetos para protegernos de un ambiente extraño, donde no nos acunan los vientos alisios. Vivimos confinados en aires recondenados de máquinas infernales, donde los sillones no existen, los pájaros cantan en altavoz y se recetan los sentimientos.
Hasta los sentidos reaccionan en falso, todo mantiene un regusto metálico a nostalgia, un indefinido olor a soledad, intangible y a la vez presente en nuestra desesperada búsqueda diaria de aquel pedacito de azul insondable que ninguna máquina podrá repetir o capturar.
Dicen que decía otro grande de nuestras letras que los cubanos descendemos de un barco. Suena a buen chiste para alguien tan afrancesado que no podía pronunciar a derechas su nombre sin aquel terrible acento, sin embargo Don Alejo se perdía por la carne mulata y los tamales.
Por aquello de esperar el barco nos perdimos la vida, primero venían de España, luego de Estados Unidos, luego de la Unión Soviética, ahora…, ahora tal vez gracias a Dios no lleguen nunca, y por primera vez desde nuestra época Taina seremos realmente libres, tal vez de tener necesidades pero no de rendirle cuentas a nadie, ni aún a nosotros mismos por el pan nuestro de cada día.
La nación entra en un nuevo siglo y muy a nuestro pesar hemos aprendido que no somos el pueblo escogido siquiera por nosotros mismos, pero también por primera vez más de dos millones de cubanos existimos fuera de la isla, todos aferrados al pedacito de bandera tricolor, de estrella solitaria, atesorando la misma emoción por la patria aherrojada en la memoria.
Habrá un cubano en nosotros mientras quede un regusto amargo de café, un aroma trágico de Vueltabajo, una cadera mulata insolente, un ardiente ron mañanero, un amoroso potaje de sazón, aquel azul insondable soldado al corazón.
Es importante aquí recordar y respetar a todos los que hicieron posible nuestra nación, desde los que vinieron de los cuatro puntos cardinales a dar su sangre por Cuba, hasta los que en la historia reciente han mantenido su cubanía dentro y fuera de la isla, sin olvidar a quienes han muerto en las aguas del Gran Río Azul, persiguiendo en el canal el espejismo de un mundo mejor en tierra firme.
La Patria nos pertenece a todos y cada uno de nosotros y tenemos derechos, sin explicaciones ni excusas a nuestras parte en su defensa y privilegio, en sus sufrimientos y alegrías, en su presente y su futuro, en el combate por protegerla de nuevas invasiones y ataques, por conservar nuestras tradiciones y nuestra cultura, aún contra la envidia y las ambiciones personales de nosotros mismos.
Hoy, como en toda nuestra historia, es importante vernos como somos y no a los ojos de otros, por lo cual este periódico [La Nación Cubana] sin ser perfecto, pretende ser el espejo en que nos miremos de dentro hacia afuera, portador del mensaje que nos comunique y atraiga, convenciéndonos de una vez y por todas de que la nación cubana, por encima de envidias y mezquindades, es tan indivisible y preciosa como nuestra estrella solitaria, esa estrella que en su inocencia maravillosa dijera mi niño, por encima de verborreas y próceres y políticos canijos: nunca será otra de la bandera americana.
Finalizo con la definición de Patria del joven poeta en Abdala: el amor Madre, a la Patria, no es el amor simple a la yerba que pisan nuestras plantas, es el rencor eterno a quien la oprime, es el odio eterno a quien la ataca, como él tampoco puedo entrar a la fiesta mientras esté el banderón en la acera; ninguna nación, por grande que sea, tiene derecho a interferir en la libertad de la mía.