por Soledad Jarquin Edgar / DESDE ABAJO
México se ha convertido en una necrópolis moderna, donde los seres humanos no valen ni en su vida ni en su muerte, en su vida porque el estado no es capaz de garantizar sus derechos básicos y en su muerte porque las víctimas ni sus familias alcanzan la justicia, asegura Julia Estela Monárrez Fregoso, investigadora del Colegio de la Frontera Norte quien estuvo en Oaxaca para dar la conferencia magistral: “Elementos de análisis para conceptualizar el daño a las víctimas y reposicionar el valor de la vida”, dictada dentro de las actividades de la Jornada Oaxaca Feminicidio 2010.
La afirmación de la investigadora del Colegio de la Frontera Norte en Ciudad Juárez, Chihuahua, está más que bien fundamentada y lo sabemos. Basta con abrir los periódicos, escuchar y ver los noticiarios de radio y televisión o conectarse a la red de redes para darse cuenta.
Así, vemos cómo este mapa del Hades mexicano ha ido extendiendo a lo largo y ancho del país por dos razones: el feminicidio y el narcotráfico. El primero que ha existido a lo largo de los tiempos, basado en otro inframundo: el de la misoginia. El segundo, el narcotráfico y la guerra producida por este Ares de apellido Calderón, han recrudecido la violencia, la violencia extrema contra mujeres y hombres de todas las edades.
Tanto en el feminicidio como en la guerra contra el narcotráfico, las víctimas han sido vituperadas, difamadas, denigradas o injuriadas, en el fondo se trata de “justificar” la violencia que es simple y sencillamente injustificables, además de despersonalizarlo, hacerlo ajeno al resto de la sociedad, hacernos creer que ellas y ellos son distintos al resto de quienes vivimos en este país.
Los estereotipos, que todo el aparato de justicia y mediático, crean de las víctimas no corresponden a nuestra forma de vida, la nuestra suponemos “normal”, esa es la idea que nos venden y que por muchas razones compramos.
Julia Monárrez, quien participó en la Jornada Oaxaca Feminicidio 2010 O –conferencias, cursos y talleres organizados por la Regiduría de Equidad y Género, la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca y las organizaciones sociales Comunicación, Educación y Desarrollo para la Igualdad (CEDI) y la asociación española Otro Tiempo-, desmonta esas falsas ideas que de alguna manera normalizan la violencia y nuestra convivencia con ella.
Sin embargo, la doctora Monárrez desmitifica a Ares, cuando sostiene que en el feminicidio, los cuerpos de las víctimas muestran la estructura de una sociedad que ha sido injusta con ellas. Porque estas mujeres –o una mayoría de estas mujeres- son económicamente marginales, producto de un orden económico que no satisface los derechos humanos básicos, como podrían ser su derecho a la alimentación, al empleo, la escolaridad, al ocio, al placer, a disfrutar de la sexualidad, a transitar libremente… en suma el Estado no garantiza sus vidas y al vituperarlas tampoco les da justicia.
Lo mismo sucede con las y los jóvenes asesinados en la guerra contra el narcotráfico donde todos y todas resultan ser parte de las bandas delictivas, eso dice Ares Calderón, aún cuando se trate de estudiantes brillantes y destacados seres humanos. Así, en ambos casos el imaginario colectivo construye que estos jóvenes como las mujeres asesinadas carecen de valor, construcción que realiza, como ya vimos el poder hegemónico patriarcal.
Lo cierto, es que el fondo es otro y tiene que ver con la responsabilidad no satisfecha del Estado de proteger la vida de las personas y persiste la tendencia a no reconocer, a no prevenir y a no castigar el Feminicidio y los asesinatos que se cometen también contra hombres y mujeres jóvenes en estos nuevos tiempos del Ares mexicano, que convierte a México en una necrópolis moderna, como llamó la doctora Julia Monárrez a este escenario nacional.
Por eso, las feministas, académicas e investigadoras, señalan con precisión que el Feminicidio (el asesinato de mujeres –etimológicamente- por ser mujeres) es resultado de una fractura del Estado de Derecho que ha favorecido la impunidad y que ha omitido la gravedad de este problema.
Gran parte de la sociedad y todo el aparato de gobierno, en sus diversos niveles, hacemos como que le tapamos el ojo al macho cuando una mujer es asesinada, pero no tomamos medidas de fondo como dar justicia a las sobrevivientes y víctimas de la violencia, poner dinero suficiente para desmontar los viejos esquemas que dan mayor valor a la vida de los varones que a la vida de las mujeres, es decir educar y requiere sobre todo cambiar las leyes, lo que la niñez aprende en las instituciones educativas, que ya vimos invisibilizan el aporte de las mujeres en la historia, desde ahí las mujeres no tienen valor.
Así lo plantean las feministas y estudiosas, y lo recordaba en el taller de Feminicidio desde una perspectiva global, la periodista Graciela Atencio, hay que reconocer que el primer gran obstáculo para alcanzar la igualdad es la violencia de género, si no logramos eliminar esa violencia no podemos plantearnos ningún cambio cultural y seguiremos viviendo en estas sociedad que reproducen la desigualdad, la pobreza y la antidemocracia.
Citaré algunos datos proporcionados también en esta Jornada Oaxaca Feminicidio 2010, son cifras del III Informe Internacional Violencia contra la Mujer en las Relaciones de Pareja, del Instituto de Estudios sobre Violencia Reina Sofía de España, que señalan que en México 24 por cada millón de mujeres son asesinadas. La regidora de Equidad y Género, Bárbara García Chávez, señalaba que en el estado de Oaxaca, lamentablemente está un punto por arriba de esta media nacional, con 25 mujeres asesinadas por cada millón de ellas.
Es urgente, pues hacer algo, reconocer en nuestras leyes locales el problema, la gravedad del Feminicidio, es decir, el asesinato de mujeres conformado por un conjunto de hechos misóginos, sin ocultamiento de nada, como seguramente lo habrán de solicitar este 25 de noviembre, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las mujeres, las oaxaqueñas y ahí está la responsabilidad de las nuevas autoridades legislativas, no seguir cerrando los ojos ante el daño que siguen produciendo el patriarcado, la el machismo y el androcentrismo y que las instituciones hegemónicas reproducen, me refiero a las instituciones, los gobiernos y las iglesias.
La violencia, señor Ares Calderón no tiene ningún tipo de justificación. Las mujeres queremos vivir en una sociedad libre de violencia, que nos garantice nuestros derechos y también deseamos, como ciudadanas que somos, que se establezcan los mecanismos para que no haya impunidad y sí justicia.
Poner el tema el tema del Feminicidio es abrir los ojos y darnos cuenta que las victimas son mujeres como nosotras, con los mismos sueños y anhelos que los nuestros. Y las legisladoras, como los legisladores de todos los partidos políticos y, por supuesto, quien gobernará –dice- con justicia e igualdad, tienen en sus hombros la responsabilidad de trabajar para que el Estado pueda quitarse de encima la pesada losa del feminicidio y dejar de vivir en una sociedad que no garantiza los más elementales derechos de las personas, de manera especial, de las mujeres que estadísticamente y en la vida real, la de carne y hueso, nos revela los efectos negativos de la desigualdad. Hagamos honor a la vida.
Violencia contra periodistas
Rebeca Luna, periodista, compañera de hace muchos años, fue nuevamente agredida y hay razón para pensar que esta nueva agresión y tiene su origen en su trabajo. Apenas este jueves, la Comisión Nacional de Derechos Humanos reconocía en Oaxaca que en este sexenio se han registrado 66 homicidios de periodistas (parte de la necrópolis moderna en que se ha convertido México), otros 12 están desaparecidos y hay 18 atentados contra medios en el país.
A la agresión de Rebeca Luna se suma a la otra agresión no resuelta, pendiente por llamarlo de alguna manera, cometida contra Ixtli Martínez, y el asesinato de las locutoras triquis Felicitas Martínez y Teresa Bautista. Son muchas las razones para pensar que el ser periodista es estar al margen, al garete, sin ninguna clase de protección, como quizá lo estemos todas las ciudadanas de este país. Sin embargo, habría que recordar que atentar contra el trabajo periodístico es atentar contra toda la sociedad, porque lo que se lesiona es, sí, el cuerpo de las periodistas como Rebeca o Ixtli, o terminar sí con las valiosas vidas de las jóvenes triquis, pero también se cancela una de las más sagradas aspiraciones de la ciudadanía: la libertad de expresión, la libertad de información. Siguen los pendientes con las y los informadores de Oaxaca, sin resolver también las violentas agresiones y amenazas contra Pedro Matías y Félix García o los asesinatos de Brad Will, Raúl Marcial, los tres trabajadores del periódico el Imparcial del Istmo, todo esto de 2006 a la fecha.