Justo se llevaba a cabo la manifestación en Hidalgo en condena por los feminicidios tanto en el estado como en el país, cuando se informó de otro crimen contra una mujer.
Un sujeto desconocido atento a golpes contra una trabajadora sexual en Pachuca, de un grupo de mujeres conocidas como “Las Ptiahayitas”, que desde hace años laboran a la vera de la carretera Pachuca – Actopan, a la altura de la colonia Pitahayas, de la capital hidalguense.
El caso de “Las Pitahayitas” no es particular, sino cierra el círculo de violencia de género que ocurre en este territorio, donde los agresores violan, asesinan, agreden de cualquier forma, porque creen que es “natural” poder hacerlo o porque quedarán en “natural” impunidad.
La violencia contra las mujeres es eso: violencia –que en sí misma es irracional-, por odio genérico. Luego, un feminicidio es el asesinato de una mujer –cómo homicidio, etimológicamente refiere el asesinato de un hombre-, más la carga de género. De modo que el crimen en contra de esta trabajadora sexual lleva la doble descripción violenta, doblemente estúpida.
A ella la asesinaron porque creyeron que si lo hacían, nada pasaría. “Las Pitahayitas” son, generalmente, mujeres provenientes de municipios al interior de Hidalgo en situación de pobreza, que encuentran en el trabajo sexual una salida a su situación orillada por su poca capacidad de acceso laboral. Y así se les agrede: por ser mujeres, pero además por ser pobres y por ser indígenas, se les violenta tres veces más.
No hace mucho, en agosto del 2010, otra trabajadora sexual, pero también activista por los derechos de las mujeres transgénero y transexuales en Pachuca, Fernanda Lavalle, fue encontrada en un paraje de esta misma carretera con evidentes muestras de tortura física y tiro de gracia. Al momento se hizo evidente que aquello había sido un asesinato por odio, además, homofóbico/transfóbico. En este caso como el de “Las Ptitahayitas”, sus agresores consideraron que habría impunidad en el asesinato. Es triste comprobar que así ha sido por parte de la Procuraduría de Hidalgo, y mientras no se reconozca el feminicidio como un crimen genérico, tal vez le suceda lo mismo a la última trabajadora sexual asesinada.
Por eso las organizaciones salen a la calle a gritarlo, haciendo caso al consejo de Elie Wiesel, Nóbel de la Paz 1986: “Ante las atrocidades tenemos que tomar partido. El silencio estimula al verdugo. ”