Peña Nieto está rodeado de políticos que viven y transpiran poder desde temprana edad. La visión de partido de los priístas no trasluce lo social sino lo ejecutivo, y desde ahí, aprendieron a desarrollar capacidades de gestión y cabildeo con otros partidos, organizaciones y sectores, y fueron capaces hasta de crear sus propias condiciones para enfrentar con éxito los procesos electorales. Siendo los idearios de las reglas del juego, lo lógico es que siempre las ganen. Esto pasa en las entidades donde un PRI hegemonista es el pan de cada sexenio. Y sucedía en todo México, hasta la transición del 2000 acordada entre el PAN y Carlos Salinas vía Ernesto Zedillo.
En ese sentido la campaña de Peña Nieto es exitosa. Tiene el dinero y lo ha invertido desde hace años para lograr que las encuestas le favorezcan. Tiene una estrategia, aunque falible, muy bien calibrada. El PRI es el único partido político con maquinaria, y esa maquinaria es el patrimonio más importante con el que cuenta. Una red de intereses y expectativas que arropa a más de la mitad de la población de en 20 Estados de la República. Por temor, por conveniencia, por dinero, por lo que sea, pero esa maquinaria funciona. Lo demás es simple: No debates, no respuestas, nunca salir la zona de confort, medios, más dinero, negociaciones. Pan comido. Y ayudados por los errores de sus adversarios, su regreso a Los Pinos parece lucir terso.
Pero, aún sobre sus grandes ventajas, la influencia y el talento político del PRI no es suficiente cuando se trata de una elección tan abierta como es la Presidencial. Esa capacidad de lobby, esa maquinaria, igual se echó a andar por Francisco Labastida en el 2000 y Roberto Madrazo en el 2006, y fracasaron. ¿Por qué?
La visión ejecutiva y hasta gangsteril del PRI se rompe con altos índices de participación social. La fórmula es igualmente sencilla: si la gente vota, el poder pierde. En un juego de números, un abstencionismo por arriba del 55 por ciento, siempre ha de favorecer a quienes tienen para sí las reglas y los dados del juego, como en cualquier juego de probabilidades. Pero una elección no es un juego de probabilidades. Los números miden, pero no determinan. Entonces aparece otra forma de hacer política, no anclada al poder, pero igualmente poderosa donde el activismo sustituye los alcances del dinero: el movimiento social.
La historia de los movimientos sociales, independientemente de sus épocas y causas, es la historia del debilitamiento del status quo; es decir, de cómo se quiebra hasta romperse el piso sobre el cual están parados quienes hacen y usufructúan el poder. Su capacidad de influencia es tanta según su capacidad de organización, la convicción idealista de sus participantes y la clarificación de una meta.
Este 2012, si a algo le ha apostado López Obrador es al movimiento social, a pesar de caer en pragmatismos ramplones.
El movimiento social es el único ente que por sí mismo es capaz de revolucionar el estado de cosas. El límite del PRI es el dinero, en tanto el límite del movimiento social es la causa. Cuando se acaba el dinero, se acaba la maquinaria priísta, en tanto el movimiento permanece. Es claro que a Peña Nieto el dinero le basta para manejar esta elección, pero al mismo tiempo, un movimiento bien llevado cuenta con capacidad expansiva.
La estrategia del lobby político del PRI se basa en la imagen como base de propaganda. Si el pueblo exige debate, Peña Nieto saldrá a decir que no dividirá al país. Bastan un par de semanas en la televisión para hacer del príista un prohombre pacificador. Pero nada de esto podria rendir fruto sin ayuda de los medios de comunicación, los cuales fueron determinantes a lo largo del siglo XX y principios del XXI. Pero el tiempo ahora cambió. El movimiento social de estos años es capaz de crear sus propios medios con tanta o mayor influencia política que los institucionalizados. Ejemplos sobran y se enumeran desde antes del arranque de las campañas. La política ejecutiva contra la política movilizada. La clave es hacer rendir los recursos. Imaginación contra dinero. Palabra contra propaganda. Verdad contra mentira. Quién sepa hacer llegar mejor el mensaje, ganará.