Los años 70’s fueron un terreno de contrastes y enfrentamientos entre discursos de libertad social y represión policíaca. Y rapada, violada o encerrada en una celda del nefasto jefe de la policía Arturo Durazo Moreno, una adolescente transgénero decidió que enfrentaría todo aquello antes de rendirse y negar su naturaleza.
Quizás alguna vez Emmayesica Duvali soñó con ser una de las iniciadoras de un movimiento que eventualmente llevaría a impactar en la vida de miles de personas transgénero en la Ciudad de México y quizás después en todo su país.
En esos momentos, la adolescente sólo soñaba con salir de aquella celda; imaginaba que crecería su cabello y trabajaría como mujer en algún centro comercial. Cuarenta años después, Emmayesica Duvali es propietaria de su tienda de abarrotes y vive prácticamente retirada con Carolina, su madre de 95 años, su ex pareja y con «Huesos» y «La pelusa», un perro y una gata a los que recogió de la calle.
Emmayesica fue parte de la segunda generación de vedettes transexuales que comenzó en los 70’s con Jessica Muriel y Narra Rossetti, pero fue la primera vedette transgénero, cuando se negó a practicarse una vaginoplastia y a defender en los 80’s el derecho de las mujeres transgénero a decidir sobre sus cuerpos, su placer y su sexualidad.
«Nunca me he arrepentido de no operarme, ni en aquella época en la que las vedettes como Jessica Muriel eran promocionadas como ‘El milagro hecho mujer’. Yo simplemente me truqueaba bien y salía a bailar. Prácticamente nadie se daba cuenta de que era transgénero o vestida, que así era como nos llamaban en esa época».
Emmayesica nunca llevó una adolescencia masculina. Hija única del matrimonio de una ama de casa y del dueño de una carnicería en el mercado de Jamaica, ella dejó los estudios a inicios de la secundaria por el bullyng debido a su afeminamiento, razón por la que tampoco pudo trabajar con su padre en el negocio familiar.
De alguna forma, la adolescente –que ya había sido detenida y rapada por la policía de Durazo Moreno por vestirse de mujer–, se enteró de una marcha que realizarían gays y lesbianas por sus derechos y en contra de los abusos policiacos, y decidió asistir.
Era 1979, la primer marcha del orgullo del Distrito Federal, y como en la primer marcha por la revolución homosexual después de Stonewall en Estados Unidos, sólo se visibilizaron las lesbianas y los gays.
«Nos llamaban las vestidas, y si, éramos pocas y marchamos aisladas, éramos gritones y vistosas, pero no éramos tratadas como iguales, como pasa aún.»
La activista sabe a lo que se refiere, tras dos años de haber sido coordinadora de vehículos del Comité IncluyeT, organizador de la actual gigantesca Marcha del Orgullo LGBTTTI, en 2016 la directiva compuesta por lesbianas y gays homonormados la invisibilizaron por segunda ocasión.
Salida de la adolescencia, su historia continuó hacia un Sanborns, donde entró como cajera a inicios de los 80’s, pero tuvo que dejar el trabajo cuando salió su amigo gerente que la recomendó, sin necesidad de presentar su acta de nacimiento.
«Estaba en mis 20 años y aterrada de que me pidieran acta de nacimiento y se dieran cuenta que no «nací» mujer… mis amigas de la tienda que no sabían, me pedían que no renunciará, pero tuve que hacerlo… pasé muchos días llorando, incluso pensé en suicidarme».
La relación en esos días con su padre y Carolina, su mamá, era también difícil. Su papá le pidió no ir a la carnicería del mercado para evitar problemas, y su madre la aceptaba con resignación.

Por aquellos días, la vedette Yari Caballero necesitaba una asistente personal y Emmayesica fue recomendada para el trabajo por un bailarín gay que la conocía. Así fue el inicio de su carrera en los escenarios.
En la sala de la casa donde Emmayesica Duvali vive, cuelgan de las paredes sus retratos como vedette, cantante y bailarina. Si alguien la visita, debe tener paciencia pues casi nunca esta quieta. Entre su mamá y la tienda que debe atender, la activista pareciera estar en un baile constante.
Rara vez sale, pues no hay nadie que atienda el negocio del que viven madre e hija con sus mascotas. Sus salidas tienen que ajustarse a la agenda de Tomás, su ex pareja que actualmente es como su hermano para ella, y que trabaja en una corporación de seguridad privada.
Pero aún, en medio de esa constante danza de la madurez, de vez en cuando tiene tiempo para sentarse en el sofá, bajo sus retratos de juventud, abrir uno de varios álbumes de recortes donde se anunciaba su nombre en espectáculos del teatro boudeville…
… y recordar.