El #MeToo que desenmascaró a escritores, académicos y periodistas mexicanos lo hizo otra vez: demostró que en todos los espacios –hasta por aquellos que creeríamos exentos de creencias tan ridículas por tener varios grados académicos o montones de sensibilidad- las mujeres somos violentadas.
Hace algunos días leí una nota acerca de las amenazas de muerte que recibió una trabajadora por negarse a participar en actos de corrupción en la hoy Fiscalía de Hidalgo. En primer lugar, me pareció horrendo sólo imaginar el terror que debió sentir al mirar aquellas imágenes de personas destazadas y descuartizadas, mediante las cuales sugerían que a ella le ocurriría lo mismo. En segundo lugar y presenten atención a lo que voy a decir: me sentí agradecida de que a mí sólo me retiren la palabra de vez en cuando, minimicen mi trabajo y esfuerzo, intenten ridiculizarme frente a mis compañeros(as), hablen a mis espaldas, me quiten crédito por mi trabajo (textual borrar mi nombre de los libros en cuya edición participo), exageren mis fallas…
¡¡¡¿¿¿Qué???!!! Reaccioné y rectifiqué: no debo agradecer por vivir violencias más “sutiles” y no violencias graves como ser amenazada de muerte, ninguna mujer debería hacerlo; es más, ninguna mujer debería permanecer en un centro de trabajo donde es violentada. Pero desgraciadamente pasa y queda impune. Conozco mujeres (y hombres, pero esta no es ocasión para hablar de ellos aunque sé que algunos tienen muuuuucho que decir) que han vivido violencia laboral o el solapamiento de la misma en Hidalgo ¿De parte de quiénes? De hombres, pero también mujeres superiores jerárquicamente.
23.1 por ciento de mujeres dijo haber vivido violencia laboral en Hidalgo
Según Endireh, en 2016, 23.1 por ciento de mujeres dijo haber vivido violencia laboral en Hidalgo, a pensar de que, como afirma Estefanía Vela en su artículo MeToo, el derecho laboral “no sólo se enfoca en las personas individuales que ejercen violencia sino en quienes la solapan” y que “por ley, los centros de trabajo tienen que promover un entorno organizacional favorable y tomar acciones para prevenir la violencia laboral».
Sin embargo, repito, muchas personas nos quedamos en estos centros de trabajo porque, aunque suene descabellado, de momento no tenemos una mejor opción, lo cual ni significa que no busquemos. Y nos cuesta creer que si en un acto de confianza renunciamos, “el universo” traerá pañales y comida a nuestra mesa en las próximas 48 horas.
¿Por qué somos nosotras quienes tenemos que irnos y no nuestros(as) agresores(as)?
Aparte, piensen algo ¡¿Por qué somos nosotras quienes tenemos que irnos y no nuestros(as) agresores(as)?! ¿Se dan cuenta lo acostumbrados(as) que estamos a someter a situaciones difíciles a las víctimas, a quienes más necesitan, en lugar de destronar de una buena vez a quienes ostentan el poder y desde ahí violentan?
¡Denunciar! ¡Hay que denunciar formalmente! Lo he dicho y hecho, pero ¿Quiénes son las personas que recibirán y decidirán si proceden nuestras quejas? Seguramente otro más favorecido por esos amiguismos y compadrazgos de los que Estefanía habla. ¿Cómo podemos confiar en que habrá justicia?
A mí me gustaría que todas esas mujeres anónimas que denunciaron mediante redes sociales la misma negativa de acceso a una acción afirmativa que yo recibí, hubieran presentado una queja y sus superiores obtenido sanciones.
Me gustaría que todas las mujeres en Hidalgo pudiéramos escribir #MeTooPatronesMexicanos seguido de nombres y apellidos, escritos sin temor a perder el trabajo en un tronar de dedos y que ante la magnitud del problema, el Estado se viera obligado a reparar daños y las instituciones brindaran capacitación en materia de derecho laboral ¡Ya basta de intentar sensibilizar a quienes no desean renunciar a ejercer violencia contra las mujeres!
Hoy, aunque por seguridad no pondré nombres, quiero decir #MeTooPatronesMexicanos. Y si me presionan un poquito #MeTooFuncionariosDeHidalgo.