Cristina no recuerda exactamente cuántas veces le han dicho que no podrá alcanzar sus objetivos, sin embargo, cada vez que se lo dicen, ella siempre consigue llegar a la meta propuesta.
Nacida con discapacidad física en Axapusco, Estado de México, Cristina Coronel Cid llega a Pachuca a los 18 años con sus papás, quienes la han apoyado siempre, y quienes son corresponsables de todos los logros académicos, laborales y personales de su hija.
La hoy empresaria y académica rememora sus primeros obstáculos vencidos en su niñez y adolescencia: “Tal vez en mi infancia hubo quienes me decían ‘eso tú no lo puedes hacer’, pero esas palabras no tenían impacto, porque mi familia siempre me dio la confianza de intentar las cosas. Sin embargo, en la adolescencia sí ‘me pegaba’ cuando me decían que yo no iba a poder hacer cosas que hacía la mayoría de mis compañeros de escuela”.
En buena parte de las familias en donde hay un hijo o hija con discapacidad, el padre suele irse en los primeros años, y el resto de la familia va paulatinamente dejando a la madre sola con la crianza. En ese aspecto, la familia de Cristina es atípica. Ella ha contado en todo momento con su mamá, su papá y sus dos hermanos. La prueba es que toda su familia se mudó a Pachuca cuando a Cristina se le terminaron las opciones para seguir estudiando en su municipio de origen.
Cuando sus compañeros y vecinos en el estado de México le decían que la universidad no era para ella, Cristina y su familia habían ya aprendido a ignorar las opiniones negativas. “Recuerdo que me dolía, que sí me afectaba, pero no recuerdo una ocasión en que, aún con esos sentimientos de dolor, yo haya dejado de intentar algo por el solo hecho de que alguien me decía que no podía. Es algo de lo mucho que debo agradecer a mis padres, que ellos me prepararon para enfrentarme a las mentes cerradas de quienes no estaban acostumbrados a tratar con personas con discapacidad”.
La Maestra Cid cuenta que durante sus diferentes etapas estudiantiles la exclusión fue poca, incluso no recuerda algún hecho trascendente. La verdadera exclusión la ha vivido en su desarrollo laboral, en donde llegó a perder oportunidades de crecimiento por los prejuicios de quienes toman las decisiones escalafonarias. “En los lugares en que he trabajado, yo he visto ascender laboralmente a personas con menor preparación y experiencia que yo, pero cuya condición física no despertaba los miedos de los jefes”.
No obstante, esos episodios de exclusión no la detuvieron, “mi pensamiento siempre ha sido ‘O.K., no importa, esto no fue, y vamos a lo que sigue’”, señala la empresaria.
“La primera vez que llegué a la Secretaría del Trabajo a buscar las vacantes laborales, me topé en primer lugar con que el pizarrón de las ofertas laborales no estaba a mi estatura visual, y luego, las vacantes para personas con discapacidad eran para preparar tortas, armar juguetes o para atención telefónica”, desde luego, ninguna se equiparaba a la licenciatura que ella ya había concluido en ese momento.
Recuerda que el primer trabajo para el que se postuló formalmente fue en un estudio fotográfico. “Me hicieron la entrevista vía telefónica, me dicen que sí, me hablan de un sueldo y me dicen que debo ir a capacitarme a la Ciudad de México. Les dije que sí, que yo iba a donde me mandaran, pues siempre he tenido el apoyo de mi papá para trasladarme. Acudí cinco días a la capacitación en México. Sin ánimo de presumir, pero yo destaqué en esa capacitación porque ya llevaba conocimientos previos de fotografía, ya que a mí me gusta mucho. Las tres personas que nos capacitamos fuimos contratadas, pero un día antes de la apertura, yo encontré una libreta con los salarios de cada uno, y me di cuenta de que el salario que me iban a dar a mí, era por la mitad de lo acordado, mientras que a mis otros dos compañeros sí les mantuvieron la oferta inicial. Yo les pregunté el por qué, y me dijeron que yo tenía que entender que una persona con discapacidad era un riesgo para una empresa, y que ellos deberían estar preparados para cualquier multa que se les pudiera presentar por mi discapacidad. Sin pensarlo les dije ‘Aquí está su trabajo, muchas gracias. Y me salí’”.
Posteriormente, entró a trabajar al área gerencial de una tienda departamental, en donde laboró durante cuatro años: “En ese tiempo tuve un par de roces con los directivos por la discapacidad, porque yo peleaba por un crecimiento laboral, ya que yo ya había concluido la especialidad y la maestría, y sin embargo ascendían a quienes apenas estaban estudiando la licenciatura. Nunca se me dijo directamente que era por la discapacidad, pero hubo insinuaciones que me dejaron claro de qué se trataba. Y cuando me di cuenta de que no me iban a ascender, me fui, y comencé mi propia empresa.
Hualiz, es posible
Luego de la enseñanza en la tienda departamental, comprendió que ella debía encabezar su propio proyecto. “Me di cuenta de que debía emprender para desarrollar toda mi capacidad sin que los miedos de los demás me frenaran”. Hualiz, vocablo similar a “es posible” en idioma náhuatl, comenzó en 2017 como una empresa de publicidad. “Compré una máquina para sublimar, pero me di cuenta de que se requería mucha fuerza física porque esas máquinas no están adaptadas a las personas con discapacidad, y eso me llevó a ampliar la oferta empresarial”. Junto con David Silva, su pareja de vida y socio, Cristina ha desarrollado su empresa en el campo de la innovación y el marketing.
Hualiz no es su única actividad laboral. Esta licenciada en Ciencias de la Comunicación, Especialista en Publicidad Estratégica y Maestra en Mercadotecnia, es también capacitadora en temas de innovación empresarial, y editora en el canal 3 de Radio y Televisión de Hidalgo.
Este año, Cristina Coronel añadió una actividad más a su ya abundante agenda laboral, y fue contratada como catedrática en la Universidad Politécnica Metropolitana de Hidalgo, en donde imparte las materias de innovación y mercadotecnia. Aunque la docencia le resulta fascinante y el trato en la universidad ha sido muy bueno, ella lamenta no haber tenido hasta ahora ningún estudiante con discapacidad, y lo atribuye a la falta de accesos adecuados. “El primer nivel de los edificios de la universidad sí es accesible para transitar con la silla, pero no se puede subir al segundo nivel. No hay pizarrones para la altura en que yo estoy, así que tengo que cargar mi propio pizarrón y reacomodar a los estudiantes para que me vean cuando estoy dándoles clase. Pero luego de solucionar esos inconvenientes, la experiencia ha sido maravillosa, a mí me encanta la docencia y mis alumnos me manifiestan constantemente que les gusta estudiar conmigo porque adquieren aprendizajes prácticos”.
A Cristina le molestan las dádivas, pues las considera innecesarias en su condición. “No quiero ir por la vida diciéndole a la gente ‘Veme, si yo pude, tú puedes’, sino demostrándoselos con el ejemplo, y ésa es una de las principales enseñanzas que les he dejado a los jóvenes a quienes me ha tocado enseñar. Es frecuente que quienes trabajan conmigo me digan ‘he dejado de ver la silla en ti’, porque no la pongo como pretexto. La única frase que está prohibida en mis conferencias, en mis clases frente a grupo y con mis equipos de trabajo es ‘no se puede’”.
Accesibilidad y no apapacho, tarea de autoridades
La Maestra Coronel Cid, está convencida de que la exclusión para las personas con discapacidad física comienza cuando se acaba la accesibilidad a todos los espacios públicos, cuando ya no se puede llegar hasta los espacios a los que llegan otras personas, porque no hay rampas.
“Si las autoridades quieren trabajar por la inclusión para las personas con discapacidad, no deben apapachar, no deben dar caridad, deben garantizar rampas para todos los espacios, pero no cualquier rampa o cualquier elevador. Si hacen una rampa muy angosta, o muy inclinada, o si hacen un elevador muy estrecho, es lo mismo que si no hubieran puesto nada. Si pones un elevador, pero para llegar a él es necesario que subas una rampa de 20 metros, la condición física de la persona no le va a dar, si esa rampa no tiene los descansos necesarios”.
Para Cristina, esta falta de visión se encuentra en las escuelas, en el transporte y en todo el espacio público, “Siempre te encuentras gente buena que quiere ayudarte a subir una escalera, o a pasar en un espacio en donde hay algún hueco, pero aunque tengan buenas intenciones, esas personas no tiene conocimiento de cómo se carga una silla, pueden agarra mal la llanta, la silla se rueda y vas a dar al suelo. Ese miedo que te da por caerte, por no tener quien te ayude correctamente, e incluso la pena que te da pedir ayuda y que te la nieguen, es miedo es el que hace que muchas personas con discapacidad decidan quedarse en su casa y no acceder a los espacios públicos”.
La académica y empresaria señala tajantemente que no existen políticas públicas con perspectiva de la discapacidad: “Yo reto a los políticos a usar sillas de ruedas en la ciudad, en la calle de Guerrero. A vendarse los ojos y caminar sólo con la ayuda de un bastón guía. Te aseguro que no podrían andar ni un tramo pequeño, porque las banquetas están hechas un desastre, la calle está llena de baches y los automovilistas no están educados para tener respeto por las personas que ruedan en el arroyo vehicular. Te avientan el auto, te gritan que te subas a la banqueta, pero no se dan cuenta de que por la banqueta es completamente imposible transitar en silla de ruedas”.
Cristina está consciente de que ha llegado más lejos de lo que suelen llegar las personas con discapacidad, y lo atribuye a su familia y a su fortaleza personal, pero no le agrada ser la única, quisiera que más personas en su condición pudieran desarrollar todo su potencial: “La inclusión no es que todos vayan a donde tú estás, sino que tú puedas ir donde están los demás. Es decir, si tú vas a hacer una actividad a medio patio, no tengas que decirles a los demás ‘vengan todos a donde está Cristina’, sino poder decir con toda certeza, ‘Cristina, vente a donde estamos todos’”.
Señala que esa accesibilidad no sólo debe estar en las ciudades, “en el ámbito rural, la accesibilidad es aún más difícil que en el urbano. Además, en el ámbito rural es más marcada la actitud de ‘pobretear’ a las personas con discapacidad”.
Uno de sus postulados es que la visibilidad y la convivencia cotidiana de toda la gente con la discapacidad, es fundamental para frenar la exclusión. “La población en general no sabe cómo tratar y como convivir con una persona con discapacidad, porque están acostumbrados a que una persona con esta condición no está en los espacios públicos, aun quien tiene buenas intensiones llega con el ‘pobrecito’ por delante. Por ejemplo, en el tuzobús u otro transporte hay cuando mucho un espacio para que viaje alguien en silla de ruedas, pero ¿y si se suben dos o más personas?”
Cristina Coronel Cid sostiene que el único imposible está en la falta de sensibilidad de quienes toman las decisiones políticas: “En este país, si verdaderamente se quiere trabajar por los derechos humanos de las personas con discapacidad, la primera e imprescindible acción es garantizar la accesibilidad total”.