La mercadotecnia arrancó a los Derechos Humanos la conmemoración del 28 de agosto como Día Nacional de las Personas Adultas Mayores, para invisibilizar la problemática de este sector poblacional, y “celebrar” el excluyente “día de los abuelos”. La gente que el resto del año violenta a su familia adulta mayor, se quita la culpa con el hecho de comprar regalos y “festejar” con grandes y vistosas actividades frívolas.
Tratándose de la adultez mayor, el sesgo de género es inevitable, porque en una vida llena de desigualdades, la culminación de la misma no podría ser diferente. Es verdad que tanto adultos como adultas mayores sufren violencia por su condición de edad, pero las mujeres son llevadas al extremo mediante la triple opresión que les da el ser ancianas, ser mujeres y, en la mayoría de los casos, ser pobres.
En un país que continúa pagando menores salarios a las mujeres y limitando su crecimiento profesional, es obvio que al final la pensión por jubilación será menor que la de los hombres, si es que tal pensión existe.
Marginadas de una educación formal, excluidas del mercado laboral, dependientes de familias que consideran su trabajo como una simple ayuda, las mujeres enfrentan una vejez que muchas veces se vive en extrema pobreza.
Tanto para hombres como para mujeres, el proceso de envejecimiento se ha transformado. Las enfermedades que antes te mataban hoy pueden ser controladas por largo tiempo, el lado negativo de esta situación es que dichas atenciones requieren una gran inversión económica, que la población adulta mayor generalmente no tiene.
Las adultas mayores sufren hoy el triste colofón que les deja una injusta historia de vida en la que han sufrido feminización de la pobreza, embarazos y eventuales abortos mal atendidos, falta de atención médica, trabajos no remunerados, violencia de género en todos sus tipos y modalidades, además de los estragos de las inacabables dobles y triples jornadas de trabajo.