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jueves, marzo 28, 2024

La docencia es la muerte del ego y el camino a la iluminación

Bodhisattva: en el budismo, es aquel ser en búsqueda de la iluminación, pero no para beneficio propio, sino que ha generado el “Bodhicitta”, es decir, la aspiración de alcanzar el completo despertar para el beneficio de todos los seres sintientes…

Desde que tengo memoria, la docencia ha sido parte de mi vida. Mi madre y mi tía, que fueron quienes me criaron, así como mi padre, eran desde su post adolescencia maestras y maestro frente a grupo.  Mi madre viajaba desde los 19 años todos los días un camino de casi dos horas al interior del estado a impartir clases. Tanto mis dos madres como mi padre fueron orgullosamente normalistas disidentes, en la época en la que dicho adjetivo significaba realmente algo: vivieron activa e intensamente los movimientos estudiantiles del 68, les tocó el halconazo del 71 y fueron parte fundamental de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación en los 80. Marchaban en las calles, luchaban por sus derechos derribando (literalmente) puertas, y al mismo tiempo, formaron a (también literalmente) decenas de miles de estudiantes de educación básica, siempre con ética, fomentando la ideología de pensamiento crítico, el amor por su tierra y la enseñanza real como bandera.

Casi 40 años frente a grupo hicieron que no les viera tanto como hubiera querido en mi niñez, mientras mi abuela y mi abuelo me cuidaban… mis dos madres trabajaban dos turnos, salían a comer y corrían para cambiar de escuela, y su disidencia, al igual que con mi padre, nunca las detuvo de llegar a sus clases, ni tampoco lo hizo cuando mucho de lo anterior les costó ascensos o mejoras salariales y de horarios… era yo muy niño para entender el porqué llegaban maestros golpeados y ensangrentados a esconderse y curarse en la casa, o por supuesto para que siquiera me contaran, sino hasta muchos años después, cómo tuvieron que protegerse cuando los líderes del sindicalismo hegemónico les balacearon en una protesta.

Tal vez por todo lo anterior, y sumado a ese aprendizaje de que ser un docente era un símbolo de lucha y de ejemplo social de jamás rendirse, es que ser profesor era algo casi natural y genético para mí… aunque el escenario es ya muy distinto.

Hoy, más de tres décadas después de incontables protestas y aún más incontables estudiantes formados, no queda mucho por qué luchar para quienes siguieron ese camino de protesta social en la calle y en las aulas: sus heridas y sacrificios profesionales y de vida, les dieron a todo un gremio la comodidad que hizo olvidar semejante logro y que se ha convertido en discursos y mercenarismo por parte de un sector de docentes que abusan de los privilegios que costó sangre, fuego y vidas humanas conseguir.

Los beneficios conquistados se transformaron en vicios enquistados, y sin embargo, a pesar de que grupúsculos usan e intentan manipular a todo el gremio por conseguir más poder, el grueso de docentes sigue luchando, día  tras día, con ideales y con sacrificios; alejándose de sus propios hijos e hijas para formar a los hijos e hijas de muchísimas otras personas, y sufriendo un nuevo tipo de desprecio de una sociedad que se entera de la corrupción y la mugre de las élites de su sindicato y, debido a ello, estigmatiza a los miles de hombres y mujeres que lo dan todo por los niños y niñas de aquellos que les menosprecian.

Casi nada queda de aquella imagen pública de confianza y respeto que, desde las metrópolis hasta los puntos más olvidados de nuestro país, generaba un maestro o maestra durante el Siglo XX… Hoy, es demasiado fácil criticar y devaluar el trabajo docente, sus actividades y su compromiso; tacharlos de “huevones e ignorantes” en la educación básica, y de “improvisados y frustrados” en la media superior y superior… consideran que impartir clases es un trabajo cualquiera:seguir un «librito», pegar un par de gritos, y ya con eso, ganarse un salario que (por algún extraño motivo, la gente cree que) es muy alto”.

Poca gente entiende el trabajo a dobles jornadas frente, y sobre todo, detrás de grupo; el estrés derivado muchas veces en angustia y ansiedad de no deber fallar y tener que actualizarte en todo aquello que te preguntan sin relación a la cátedra, y que a veces ni tú sabías que existía;  y sobre todo, la enorme responsabilidad que significa formar a otro ser humano, a uno, que hoy en día, hay altas probabilidades de que no te lo agradezca, no te lo valore, y que seguirá escuchando las voces sociales que dicen que “ser maestro es ser un huevón esperando que su sindicato le regale todo”… nadie parece entender lo difícil que es tener que saber pedagogía, andragogía, informática, psicología, antropología, sociología, administración, comunicación, filosofía, autocontrol, cabildeo con administrativos, paterfamilias, y demás etcéteras…

… Sin embargo, está el otro extremo: NADA de los anteriores prejuicios y vicisitudes que debemos vivir como profesores y profesoras, debería hacernos sentir especiales:

Así como la sociedad ha infravalorado nuestro trabajo, también nosotr@s mismos lo hemos sobrevalorado; simple y sencillamente, porque nada, absolutamente nada de lo anterior, se trata sobre nosotr@s: ser docente no es pensar que somos indispensables (aun si lo llegáramos a ser), no es pensar que nos deben reconocimiento, y no es creer que somos héroes sin capa.

Me he cansado de leer y escuchar a cientos y cientos de docentes quejarse amargamente del trabajo extra y sin sentido, pero que no aprendemos a hacer correctamente… de las capacitaciones “que no nos sirven, no necesitamos y no tienen que ver con nuestro trabajo”, pero que no entendemos que estamos en un privilegio de trabajar en una escuela privada / metropolitana / cercana / con estudiantes con padres y madres que les brindan atención, porque hay realidades muy dispares en escuelas donde sí tiene sentido «buscar cómo comunicarte sin medios de comunicación»… nos seguimos quejando y burlando de que nos quieran enseñar hasta el cansancio “resiliencia” pero, un año de clases virtuales después, nos seguimos quejando porque las cosas no son como antes y nadie nos entiende… y tal vez lo más grave: seguimos quejándonos y despreciando a las nuevas generaciones, cuando deberíamos preguntarnos: si tanto odio a la juventud y a las generaciones de hoy, ¿por qué estoy trabajado con y para ellas? ¿Cómo es que, si les llamo “de cristal”, voy a ser capaz de empatizar con ellos y ellas y brindarles conocimiento?

En un extremo y en otro, hemos perdido de vista algo fundamental: El sacrificio es inherente a la docencia…  Debemos ser conscientes que, aquellas personas que elegimos esta profesión, debemos, obligatoria e irremediablemente, dejar morir nuestro ego y tomar el Voto del Bodhisattva:  la docencia NO se trata NUNCA del docente… la docencia es trabajar para otras personas; es entender que, a pesar de la mala imagen, de los sacrificios, del desprecio, la desvalorización y mal agradecimiento, toda esa niñez y juventud debe prevalecer, porque son ellos y ellas las importantes aquí… Ser docente es entender que debes formar a alguien que DEBE ser mejor que tú, debe saber más que tú, debe conseguir un mejor empleo que tú, debe ganar más que tú y debe cambiar el mundo aún más que tú… Tus estudiantes deben superarte en todos los sentidos, dejarte atrás, y tu vida se debe ir en que su vida sea mejor en todos los aspectos que la tuya… Es conocer el camino de la iluminación, y No recorrerlo, sino llevar a otros y otras hacia él…

He de confesar que, aunque aún me encuentro muy lejos de todo lo anterior, el darme cuenta de todo ello, no fue tan difícil:  ¿Por qué? Porque soy un privilegiado: yo no tuve que irme en mi adolescencia a dar clases a las comunidades más lejanas y tener que aguantarme el hambre en el camino porque no tenía para comprarme algo … no tuve que lidiar con una docena de grupos al día de más de media centena de estudiantes en extrema pobreza, violentados, y/o con hambre, y aún así enseñarles exitosamente Español e Historia… no tuve que salir a luchar por mis derechos, no tuve que derribar puertas, lanzar pintura y recibir balazos como mis madres y mi padre sí lo hicieron… por lo que, ese ejemplo y esa dignificación de lo que significa ser docente, es un camino ya iluminado para mí… Solo me resta soñar con que algún día, yo sea capaz de inspirar a alguien como ell@s tres lo hicieron conmigo, y como inspiraron a todas y cada una de esas miles de personas que, durante toda su vida, les detuvieron en la calle para darles las gracias por convertirlos en mejores seres humanos…

Feliz día del docente: la luz está allá adelante…

Vladimir Meza Escorza
Vladimir Meza Escorzahttp://vlack.mx
Melomaniaco. Cinefílico. Socioloco. Marketinsano. Políticonoclasta. Doctor en Ciencias Sociales. Analista de Medios, Opinión Pública, Marketing, Cine y Cultura de Masas, con enfoque social. Vocalista y compositor con 6 producciones discográficas y más de 20 años de experiencia en la escena. Hago música en: http://vlack.mx Hablo de cine en: https://facebook.com/nonotecapodcast

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