Parece que la tragedia de Tula ya no es agenda para los políticos. Ya no se ven las dramáticas acciones de solidaridad, flanqueadas por equipos de prensa y redes sociales. Ya no hay conferencias de prensa en el lugar del siniestro. En su sitio, quedó la gente, la que siempre ha estado aquí y la que intenta recuperar su vida sin la ayuda de nadie.
Los comercios del centro y las colonias periféricas quedaron en ceros; todo por servir se tiene que rehacer y lo que haya que vender, se tiene que comprar de nuevo. Lo que antes era una tienda surtida de abarrotes, hoy es una mesa en la banqueta donde se vende lo poco que hay. Por su parte, las familias, las que tenían sus recámaras y cocinas en un piso, duermen y comen donde pueden; las demás, hacen uno de lo posible, mientras continúan sacando lodo, agua, polvo y materiales podridos.
Las personas de las colonias que no pertenecen a la cabecera municipal se quejan de que nunca llegó la ayuda. Desde el primer día han tenido que valerse con fuerzas propias. En tanto, hay preocupación porque ya no llegan los víveres como antes. Hacen falta medicamentos, productos sanitarios y, sobre todo, herramientas para continuar con el aseo. De alguna manera, una lata de frijoles se puede conseguir y se cuece sobre una fogata con palos hechos de lo que sobró. No; lo en realidad se necesita, son manos para reconstruir una civilización. Pero el pueblo de Tula sabe que lo tendrá que hacer por su cuenta.