I. Hoy es domingo 18 de septiembre. Hace apenas dos semanas pasamos juntos todo el día. Caminamos por los pasillos del hospital; marchabas porque tus pies estaban dormidos y los llamabas “patas viejas” mientras a una señora le decían que su mamá había fallecido; lloró, puso alabanzas en su celular y estaba parada frente a un cuerpo que ya no respiraba. Sentí tristeza por ella y me refugié en la esperanza para que eso no pasara con nosotros. Y mira ahora, me pongo un pantalón, mis botas y una blusa, todo negro, para asistir a tu primer rosario. ¿Por qué nunca te acompañé a la iglesia? Llevamos tu foto, te ves feliz en esa imagen; la colocamos frente a todos. A tus costados, los arreglos de flores. Los rayos del sol entran a verte. No quiero creer que estamos aquí por ti. Jamás estuve en un ritual de estos. Lo hago por tu fe que movía montañas. Llevamos café y pan. Este es el día uno, abuelo. Te amo.
II. Lunes 19 de septiembre. No fuimos a trabajar. Ni mi madre, ni mi tía, ni yo. Inventé trámites para no asistir. Sólo quería estar en la casa por si en algún momento escuchaba tu voz gritarme: “ven a tomar café”. Nada. El día está nublado. Mi madre lloró por la mañana, la abracé. Desayunamos con la televisión apagada. Eso sí que no te gustaría. Mi abuela, tu Pili, no quiere ver a nadie, nos pidió que mintiéramos cuando fueron los Testigos de Jehová a buscarla. No puede hablarles de ti sin llorar. No sé si algún día lo logrará. En el rosario me da mucha tristeza cantar el Ave María. Hoy mi mamá te prendió el cirio de la iglesia y volvió a llorar inconsolablemente. Ella es igual a ti físicamente. Al mirarla te encontramos. ¿Ya nunca más vendrás? Tengo presente el sonido de tu risa.
III. Martes 20 de septiembre. Tomasito, hoy tuve que venir al trabajo y me dio un ataque de llanto. Corrí al baño porque la tristeza me invadió. Lloré mucho, me calmé; luego mi jefa me dio el pésame y cuando me abrazó, de nuevo las lágrimas. Culpo a la desesperación por saber que no te veré más. Mi amiga Yesenia me dijo que siempre habla con la foto de su abuelo y que le comparten de la comida que llevan. Es como un altar permanente, ¿puedes creerlo? Pienso que te gustará. Lo haré. Al llegar a tu casa, te saludé. Sé que me escuchaste, pero ya no respondes. Perdóname, hoy tuve un poco de sueño en el rosario. Estos días me he sentido muy cansada. Dice mi mamá que rezamos con el fin de que nuestras oraciones iluminen tu camino para llegar con Dios. Le creo, aunque también sé que, si no hubiera plegarias, tú serías capaz de llegar aun en la oscuridad. Moriste de pie, diste el último paso, autosuficiente hasta el final. En la iglesia recordé tu rostro mientras íbamos en el taxi; me quebré. Volteé hacia atrás por si acaso hubieras entrado con tu pantalón gris y tu camisola azul mezclilla. Por si de casualidad hubieras dejado tu triciclo estacionado afuera de la capilla. No te encontré. Hubo café y sándwich al final. Todos los días después de tu rosario vamos a tu casa donde nos espera mi abuela. Reímos al recordar tus palabras.
IV. Miércoles 21 de septiembre. Mi mamá no quiso ir a trabajar otra vez. Me preocupa que come poco. Ojalá pudieras estar aquí y hablar con ella. Pero nuestras vidas ya nunca serán iguales. Jamás volveremos a estar todos reunidos porque siempre nos faltarás tú y luego alguien más y otro y así sucesivamente. Es una cuenta regresiva. No puedo creer que mientras escribo esto, tu cuerpo está a unos cuantos kilómetros de aquí y unos metros debajo de este suelo que piso. Detesto eso. Nunca me han gustado los ataúdes. Lloré en la mañana con el pretexto de que el autobús no pasó rápido. Hablé con mi guía espiritual, lo necesito bastante. Me aseguró que estás bien, que ya nada te duele y que estás con Dios. ¿Pero te sigues pareciendo al Tomás que conocimos todos o ahora eres una luz? ¿Nos observas desde algún lugar? Me han surgido muchas dudas sobre la muerte… Hoy Alejandra y yo nos ausentamos un poco de tu rosario, ya sabes cómo somos. Preparé unas hojaldras con un mole delicioso que cocinó tu Pili y llevamos café. Desde que regresamos de tu sepelio, sólo le pido a Dios fortaleza para mi abuela y luz para ti. Le suplico si te puede decir que te amo. ¿Sí lo ha hecho? Por si las dudas: te amo, abuelo.
V. Jueves 22 de septiembre. No me dio tiempo de llegar a tu rosario. Alejandra tampoco estuvo. Fui a tu casa por la olla de café. Cuando caminé hacia la capilla no pude evitar pensar que hace una semana estabas en tu habitación. No estábamos listos para que te fueras tan rápido, pero sí agradecemos porque no te enteraste que mi tío Jesús murió antes que tú, ni de la enfermedad maldita que tenías. No incrementó tu dolor. Fue tan repentino que creo que todavía no lo asimilamos. La gente nos dice que cuando acaben tus rosarios sentiremos tu ausencia más que nunca. Tengo temor a eso. Hoy Arturo llevó tacos de canasta. Cuando llegué a la iglesia ya estaban todos afuera como en una vendimia, reían y tu foto colocada al centro sobre una mesa. También te miré alegre. Te habría encantado estar aquí. ¿O sí lo estás?
VI. Viernes 23 de septiembre. Hoy es una semana de tu fallecimiento, de tu muerte, de tu partida, de tu ausencia. El corazón me duele desde que desperté. ¿Por qué? Me calmo al pensar que nos despedimos. Las personas piensan que será como en las películas donde puedes decirle cosas lindas a alguien que se irá de este mundo. Pero creo que las despedidas son palabras cotidianas que siempre intercambiaste con quien no está más. Hace una semana entré a tu habitación, me acosté a lado tuyo, te abracé, me preguntaste si ya había comido, me contaste que te bañarías el sábado y te irías a cortar el cabello para que te lleváramos a internar. Luego vino el dolor; ya no eran quejas, eran lamentos. Puse mi rostro sobre tu hombro y le pedí a Dios con todo mi corazón que no te dejara sufrir más. Te dije que regresaría en un rato. “Ajá”, respondiste. Me arrepiento de no haberte dado un beso en la frente, pensé que habría más días. Hoy no pude contener mis lágrimas en el rosario. Pensé que al cerrar los ojos y desearlo con todo mi ser aparecerías a lado mío, que estarías sentado en la banca de la iglesia. No sucedió. Ha venido mucha gente a rezar por ti. Mi mamá dice que le duele mucho, pero imagina que le dirías “no se me achicopale”. Le robaré ese recuerdo para seguir. Cenamos en tu casa. Prepararon chilaquiles y el tío Javier puso un plato a lado de tu foto. Frente a ella está una cruz de cal, flores y veladoras.
VII. Sábado 24 de septiembre. Otra vez amaneció nublado. Nunca te pregunté qué clima preferías. Asumiré que éste. Hoy tuve una linda charla con mi abuela. Me preocupa porque es igual que tú y todo se lo guarda. Tomamos café y le pregunté sobre sus creencias respecto a la muerte. Ella cree que estás en un sueño profundo donde nada te duele o angustia. Me platicó que en el hospital le tomaste la mano y le agradeciste por cuidarte. A ratos sus ojos estaban vidriosos, a ratos tranquila. Me habló sobre la resurrección. Tiene mucha esperanza de volver a estar contigo. Le parece increíble despertar y no encontrarte en tu cama. A nadie le duele tu ausencia más que a ella. En la tarde lloró con mucho sentimiento, no tengo palabras para consolarla. ¿Qué le dirías tú? Estuvimos tranquilos en tu rosario, no pongo atención al Evangelio, pero sí contemplo tu foto durante esa hora. Al caminar sobre un puente peatonal hablé contigo en voz alta. ¿Me escuchaste? Te pedí perdón por lo que no pude hacer y por las veces en que discutimos. Te grité que te amaba. El aire en mi rostro fue tu respuesta.
VIII. Domingo 25 de septiembre. Escombramos algunas de tus cosas. Nos llevará mucho tiempo seleccionar todo lo que tenías acumulado. Mi abuela, mi madre, mi tía y yo reímos al pensar en lo enojado que estarías por todo lo que tiramos a la basura. No sabía que le pusiste una canasta a tu bicicleta con la intención de pasear a tus bisnietos. Tenías muchos planes todavía. En tu honor, subí a Adriel y dimos una vuelta. Las llantas están bajas. Te prometo que la arreglaré. Llegó tu hijo Miguel. Comimos juntos. Hoy me tocó llevar tu fotografía a la capilla. Otra vez me vino el llanto. Es que no lo vas a creer, pero te vi en el rostro de mi tío. Él tenía los ojos cerrados porque repetía las oraciones y estabas ahí. Quería ir hasta ti y acariciarte el cabello, que rezaras conmigo y me dijeras que estás bien; que eres feliz, que estás en paz. Cantamos de nuevo el Ave María y me pareció una interpretación muy triste. Abracé a algunas personas y lloré otra vez, aunque ni todas mis lágrimas me ayudarían a sanar por no haberte dicho constantemente cuánto te amo, porque fuiste mi abuelo, mi padre, mi consejero, mi amigo. Me parece absurdo lo efímero de la vida. A veces me gusta pensar que esta realidad no es verdad y que llegaré a casa a comer contigo y con mi abuela. Tu silla sigue en su lugar. Mi tía Gloria preparó sopes al final del rosario. Estuvimos en tu casa. Te sirvieron pastel y contamos anécdotas divertidas sobre tu vida con tu Pili. ¿Sabes qué fue lo lindo de este día? Que la vi sonreír. Se tapaba la boca para tratar de aguantar sus ganas de reír, pero no lo consiguió. Se divirtió mucho recordándote. Sentí un poco de paz en medio de esta tormenta.
IX. Lunes 26 de septiembre. Llegó el día del levantamiento de la cruz. No quiero que acaben los rosarios. Tengo temor a esa casa en silencio. Otra vez me vestí de negro y formal. Investigué el significado de ese ritual. Resulta que en los tiempos prehispánicos envolvían los cuerpos en petates, los quemaban y con las cenizas formaban la cruz que ahora es de cal. Menos mal porque me pareció algo horrible. El día está nublado. Confirmo que era tu preferido. Me dolió el corazón cuando entró tu cruz por la puerta. Es muy bella, pero me provoca lágrimas. Es negra y tu placa dorada. No puedo creer que leo tu nombre. Rezamos por ti y tratamos de imitar tu fe inmensa. Tus cuatro hijos junto a ti. Muchas personas pasaron a recoger una vela y depositaron una flor en la caja. Colocaron tu foto junto a la cruz y pasamos a despedirnos. Uno por uno, a ratos me pareció más un espectáculo innecesario porque creo que a algunas personas les es indiferente tu ausencia y eso me pareció injusto e irrespetuoso, pero no pude defenderte. Tus hijos estaban inconsolables. Te hablé bajito. ¿Me escuchaste? Te dije que era muy raro hablar frente a todos esos desconocidos, pero que te amaba y que ojalá algún día te hayas sentido orgulloso de mí. Reyes, tu amigo inseparable recargó su frente en tu foto. Lloró. Fue un momento doloroso, pero te hubiera gustado estar aquí junto a todos. Cenamos tamales y tu Pili preparó atole de chocolate y masa delicioso. ¿Qué pasará cuando todas estas personas no estén? ¿Cuándo tu partida sea cosa del pasado para ellos y nosotras nos quedemos aquí? Mi abuela me confesó que escucha la puerta y piensa que entrarás. Cuando no hay más comida se preocupa porque ya no alcanzarás. Terminaron los rosarios y con ellos las visitas. Viene la realidad. Abrázanos desde donde estés. Te amo, abuelo.