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miércoles, octubre 1, 2025

El morbo asesina, la ética salva: lección desde Huejutla

Carroñeros digitales: cuando el morbo se disfraza de periodismo y la desgracia se convierte en espectáculo

La tragedia ocurrida en Huejutla —una joven que decidió privarse de la vida presionada por la difusión de un video en redes sociales— exhibe una herida abierta en la práctica periodística y en la forma en que consumimos información. No basta con lamentar la pérdida: es indispensable señalar la raíz del problema.

Detrás de este dolor, hay quienes, autoproclamados “comunicólogos” o “reporteros”, no tuvieron reparo en registrar y difundir el sufrimiento. Con la desfachatez que da la ignorancia y la ausencia total de ética, redujeron la dignidad humana a un archivo para subir a sus páginas, alimentando a un “selecto público de morbosos” que consume lo trivial y lo mediocre con un placer que roza lo enfermizo.

La ética ausente

El periodismo serio sabe que su límite es la vida privada. Sin embargo, en esta era de inmediatez digital, cualquiera con un celular se siente autorizado para erigirse en cronista de la desgracia. En esa carrera desquiciada por acumular likes y seguidores, la ética deja de existir: lo que importa no es informar, sino capitalizar el morbo.

El problema no es menor. Quienes dicen “comunicar” olvidan que el periodismo no es circo ni espectáculo; su esencia es velar por el interés público y preservar la dignidad de las personas. Difundir un suicidio, grabar un cadáver, burlarse de un detenido o exponer la intimidad ajena, no es periodismo: es carroñerismo digital.

El público cómplice

No se puede exonerar a la audiencia. El escarnio colectivo se alimenta de cada clic, de cada “me divierte” que legitima la crueldad. La sociedad se convierte en coautora de la violencia mediática, pero cuando el golpe llega a casa —cuando es un familiar o un amigo el exhibido— entonces sí se exige respeto y privacidad. El problema es que para entonces el daño ya es irreversible.

Una lección dolorosa

La tragedia en Huejutla nos recuerda que no todo lo que puede grabarse merece difundirse. La privacidad no es censura: es respeto a la condición humana. El verdadero periodismo informa, analiza y da contexto; nunca convierte el dolor en mercancía.

La burla digital puede arrancar risas momentáneas, pero también puede dejar cicatrices imborrables o incluso costar vidas. Y mientras los sedicentes “comunicólogos” celebran su número de vistas, el periodismo ético clama por recuperar lo que nunca debió perderse: la humanidad.

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