Una propuesta para celebrar el día mundial del derecho de autor es para los lectores: lean las páginas 4 y última de sus libros y conozcan quién hizo qué en el proceso de publicación; y otra es para los creadores: revisen sus contratos y pidan que sus créditos lleguen a las portadas.
Mayte Romo*
Entre las diversas fechas que hay para conmemorar al libro, la que se celebra hoy se distingue por recordar también a los derechos de autor, en busca de su reivindicación. En la industria editorial mexicana todos los días se comenten muchos abusos en esta materia, uno de ellos, es desvanecer la autoría de una obra hasta casi desaparecerla.
La Ley Federal del Derecho de Autor define y protege los derechos morales y patrimoniales de los creadores de obra. Los derechos morales tienen que ver con el reconocimiento de la autoría de una creación; así, por ejemplo, quien escribe un libro debe ser reconocido como su autor. Los derechos patrimoniales son el derecho a percibir parte de la ganancia que, en el caso de los libros, los editores obtienen por comercialización. En este texto se aborda una cuestión puntual sobre los derechos morales.
Los derechos morales son irrenunciables e intransferibles, pero la industria editorial en México no siempre los reivindica. Existen diversos trabajos que se mandan hacer, que son creaciones protegidas por la ley, para los cuales simplemente no se contempla el reconocimiento de autoría, más allá de lo estrictamente indispensable. Rutinariamente, en las portadas de traducciones y biografías de celebridades se aprecian los nombres de los autores originales o de los personajes biografiados, según sea el caso, y solo en interiores, escondido en la página 4, entre información que quizá algún día revisará un bibliotecario, se encuentran los nombres de los traductores o los redactores.
En estricto sentido, las editoriales cumplen lo que pide la ley, puesto que mencionan en los ejemplares “el nombre del autor, traductor, compilador, adaptador”, etcétera. Sin embargo, en este caso hacer las cosas dentro de la ley no resulta suficiente para reivindicar el derecho moral de estos creadores, así como el derecho de los lectores a saber, sin lugar a dudas, quién puso en negro sobre blanco el texto que está en sus manos.
Lo que hacen estos creadores no es menor: según la ley o según lo aprecie algún observador. Quien interpreta cualquier obra para otra lengua debe comprender a otro ser humano en su intención creadora original, tomar una hoja en blanco y plasmar su mejor idea para los potenciales lectores. Quien hace una biografía es un autor, la celebridad biografiada es un personaje del texto del primero, pero ¿por qué el personaje tiene su crédito en portada y al autor se le niega este derecho? En general, esto sucede con los libros que venden portadas, que venden fotos, que venden nombres.
La efectiva reivindicación de los derechos morales debe hacerse para bien y para mal. Los traductores, tanto como los autores deben hacerse cargo de sus creaciones: poner su nombre por delante cuando entregan una compilación de entrevistas realizadas a conductoras de televisión, o cuando afirman algo sobre una celebridad de la política, de los escenarios o de las fiestas sociales.
Quien haya hecho bien su trabajo, que forje su prestigio y que goce de él. Quien haya difamado, utilizado el traductor de Google para “ayudarse” en su traducción, quien haya entregado un trabajo mediocre, que no vuelva a ser contratado.
Agregar valor a un nombre eventualmente tiene una repercusión en la calidad. No existe una buena razón para, habiendo decidido publicar un libro del tema que sea, hacerlo mal, pero si quienes lo producen hacen gala pública de su participación en él, en algún punto optarán por hacer lo mejor.
Así, pues, una propuesta para celebrar el día mundial del derecho de autor es para los lectores: lean las páginas 4 y última de sus libros y conozcan quién hizo qué en el proceso de publicación; y otra es para los creadores: revisen sus contratos y pidan que sus créditos lleguen a las portadas.
*La autora es directora de la Editorial Elementum, Pachuca, México.