Hace muchos días que no sabemos nada de Alex. Tiene unos treinta años, más o menos; es delgado, moreno, tiene el pelo corto. Es un joven trans y lleva varios meses viviendo en la calle. Y si habita en la calle es porque su familia lo corrió de su casa por eso: por tener una identidad de género diversa. El verdadero problema es que, unas horas antes, antes de la última vez que lo vimos, sufrió una violación tumultuaria.
De lo último que nos enteramos fue que estaba en la sala de espera del Hospital General de Pachuca, el 14 de junio pasado. Era sábado y eran casi las diez de la noche. Llegó con golpes y laceraciones, acompañado de un amigo, Fabián, también habitante callejero. Estaban sucios, desaliñados. Él, muy herido. Urgía por ayuda. Sus entrañas palpitaban. Así esperó, soltando llanto y abrazando su cuerpo doliente.
Pero, a los elementos de la Policía Industrial Bancaria, su dolor les valió madre. No les importaron las lágrimas, ni la piel amoratada de quien pedía auxilio médico. No les importó que ellos les explicaron que necesitaban ayuda, que a Alex lo habían violado. No iban alcoholizados, ni drogados. Pero tampoco llevaban documentos. Sólo necesitaban un médico. Pero los policías que resguardaban el lugar, a gritos y empujones, los corrieron del hospital.
Antes, a las cinco de la tarde del mismo día en que lo corrieron del Hospital General, la asociación Por la Inclusión y los Derechos Humanos que dirige Pamela Álvarez Tovar, activista que trabaja con poblaciones callejeras, recibió la alerta. En los alrededores del fraccionamiento La Moraleja —esa colonia de lujo donde varios políticos tienen sus casas de casi una hectárea de terreno, con alberca y salón de fiestas, y todas las fachadas se alzan con bardas de hasta cuatro metros de altura–, Alex se resguardaba en un agujero de drenaje tapado con cobijas, cartones y bolsas de basura que recolectan del mismo reciclaje que les ayuda a medio subsistir.
Les recibió a gritos, más no gritos de ayuda, sino de advertencia. No tenía mucho que sus agresores habían descubierto dónde estaba escondido. Temblaba y, por el profundo dolor, sin poder moverse, casi. Su voz también temblaba. El horror brotaba de sus ojos completamente abiertos, con las pupilas fijas y las lágrimas inundando su mirada en un lago turbio. Le habían amenazado; que muy pronto iban a regresar para matarlo.
Fue gracias a Fabián que lograron acercarse a él, diciéndole que Álvarez y sus compañeros estaban ahí para ayudar. Alex accedió, venciendo algo de la desconfianza, lo cual es un triunfo para cualquier activista que trabaja con poblaciones callejeras. Y ya de frente, con un hilo de voz tremola, apenas les pudo contar lo que le había pasado: «Me empezó a bajar el pantalón, ya no me pude mover; no sé qué me pasó, qué me hizo. Sólo tengo muchísimo dolor, no solo físico, también por dentro».
Los presuntos agresores frecuentan el bajo puente entre la Mega Soriana y la avenida San Javier. Así lo acusó Alex. Durante un tiempo, él se juntó con ellos, como lo que es, un hombre. Pero un día tuvo un descuido por culpa de la pobreza, las necesidades de un hombre trans que no tiene acceso a lo necesario para su salud: descubrieron que menstruaba. Entonces todo se jodió para él. Lo apartaron, lo golpearon y lo violaron. Los activistas de la Asociación por los Derechos Humanos y la Inclusión constataron las lesiones. Hematomas y laceraciones en la parte interna de los muslos y sus brazos. El rostro golpeado y dolor muscular agudo en general. Necesitaba atención médica. Así, con la confianza ganada, lo convencieron de acudir al Hospital General. Y lo llevaron. Fabián los acompañó. En el trayecto, pidieron auxilio en el 911; necesitaban actuar conforme un protocolo de protección; pero nunca llegó la ayuda.
La oscuridad de la noche ya se había tendido a plenitud. Los dejaron en el Hospital, esperando, mientras los activistas le ayudaban a tramitar un documento de identidad, más una carta de «no derechohabiente», necesaria para que cualquier persona pueda ser atendida en un Hospital General de Pachuca, que desde hace un año ya no está bajo la responsabilidad de la Secretaría de Salud estatal, sino que es administrado el IMSS-Bienestar. En lo que iban, tramitaban los papeles y regresaban, se tardaron una hora, más o menos. Una hora, que no es mucho para semejante burocracia. Pero al volver al hospital, Alex y Fabián ya no estaban. Pamela Álvarez le preguntó por ellos, pero nada le dijeron o le quisieron decir. No sería la primera vez que le cierran la puerta. De constante le repudian por llevar población callejera, con la esperanza de ver a un médico que les ayude. Así le ocurrió esa vez, de nuevo. Ni siquiera les permitieron el acceso a trabajo social para preguntar por Alex porque —le dijeron— «no tiene un familiar ingresado». Entonces salieron a buscarlos en los alrededores del sitio, pero ya no supieron nada de ellos. Eran las once y media de la noche.
Fue hasta el día siguiente cuando los activistas tomaron la llamada de una persona de confianza. Se trataba de alguien que también había sido población callejera, pero con un tiempo ya reinsertado. Con esa persona acudió Fabián, pidiéndole ayuda para localizarlos. Al poco rato hablaron con él. Ahí les contó lo que había sucedido el día anterior. Les contó, por ejemplo, cómo la policía los echo del Hospital, a pesar de sus súplicas. Que ahí Alex tuvo una nueva crisis nerviosa. Le pidió a Fabián separarse de él, temiendo que sus agresores también le hicieran algo por estarlo acompañando. Y que, luego de decirle eso, huyó en medio de la noche. Desde entonces nada se sabe de él.
¿Dónde está Alex? Hace semanas que lo buscamos. Nadie dice nada y su cuerpo no está en el SEMEFO, afortunadamente. Sólo las autoridades podrían cuestionar a quienes él señaló como sus presuntos agresores. Son peligrosos y no dejan que los activistas se acerquen. Si tan sólo lo hubieran atendido en el Hospital General. Si tan sólo los brutos policías no lo hubieran corrido cuando pedía auxilio. O si hubiera llegado la ayuda del 911. Si tan sólo alguna autoridad hubiera actuado con algo de humanidad.