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sábado, mayo 18, 2024

Desayuno con la ABUELA PIEDAD

El desayuno con mi abuela es la hora más importante del día. Ahí he descubierto datos históricos sobre su vida y sobre mis raíces.

Mientras cubría la taza del café con sus manos arrugadas me contó que Piedad Vázquez Ojeda nació el 20 de marzo de 1947 en San Andrés Ixtlahuaca, Oaxaca. No terminó la primaria y siempre supo que ahí no era su lugar.

Una mañana, su hermano Tino la dejó sentada en el escalón de una casa mientras él iba a vender la leña que fabricaba el padre de ambos. Una mujer se acercó a ella y le dijo: «Muchacha, ¿no quieres irte a trabajar a México?». Sí, respondió Piedad, así, sin dudarlo y se fue con la desconocida. Lo que sea para huir de la pobreza y de los maltratos de su hermano. Sí, respondió. Tenía trece años.

Entonces no era una trabajadora del hogar, sino la sirvienta, la servidumbre, la muchacha, una niña que lloraba en las noches por su familia en una casa de doctores.

Entonces no era una trabajadora del hogar, sino la sirvienta, la servidumbre, la muchacha, una niña que lloraba en las noches por su familia en una casa de doctores. Los patrones eran buenos, pero los familiares no. Peleó con la cuñada, a golpes. Esa escena siempre me recuerda a la película de María Isabel, protagonizada por Silvia Pinal. Pero Piedad no fue rescatada por ningún hombre millonario, en cambio, la regresaron a San Andrés Ixtlahuaca.

Sobre la mesa había pan con mantequilla derretida cuando me narró que no quería esa vida donde no alcanza para comer en su pueblo. Se fue por segunda vez, la definitiva, a los catorce años, con una tía que se llevaba a otras adolescentes al entonces Distrito Federal para «colocarlas» en casas.

La noche que vi la película Roma, de Alfonso Cuarón, lloré. No podía parar; era la historia de mi Piedad.

La mañana cuando me enteré sobre cómo se conocieron Piedad y Tomás, desayunamos tacos dorados, café con leche y pan dulce. Ella trabajaba en la casa donde él repartía el gas. Qué historia. La patrona de ella no la dejaba salir de la casa «porque iba a terminar embarazada» y la encerraba. Él la esperaba frente a la vivienda con un pie recargado en la pared. Nada. A la tarde siguiente, nada. Hasta que le propuso irse con él. Piedad aceptó. Tenía dieciséis años.

Regresó al pueblo con su primera hija en brazos y acompañada por Tomás para presentársela a su padre y a su madre. En la ciudad y luego de ser madre seis veces ―cuatro vivieron y dos murieron―, se dedicó a la costura. El café se nos terminó y no me enteré quién le enseñó el oficio.

Piensa que los hot cakes es un “desayuno de ricos” y, entonces, en aquel día, lo fuimos. Charlamos sobre el terremoto de 1985, ese 19 de septiembre a las 7:17 de la mañana ella ya estaba en su trabajo, una maquiladora. El edifico se partió, vio morir a muchas de sus compañeras, caminó entre las ruinas de la ciudad. Nunca superó tal trauma.

La patrona de ella no la dejaba salir de la casa «porque iba a terminar embarazada» y la encerraba. Él la esperaba frente a la vivienda con un pie recargado en la pared

Piedad prepara las mejores quesadillas de tinga con tortillas que ella misma hace. También le atribuyo los mejores tamales de rajas, el mejor mole verde y el rojo; la capirotada, el atole de masa, los tlacoyos. Los alimentos que toca los convierte en magia, en bendiciones para el paladar. No miento.

Bueno, mientras desayunábamos esas quesadillas de tinga supe que en su juventud fue muy católica, pero se volvió Testigo de Jehová cuando yo nací porque mientras mi mamá estaba en coma una señora le habló de la Biblia, la fortaleció y cambió de religión. Dos o tres veces por semana sale a predicar, a veces la ignoran, a veces no, es lo de menos. Jamás he conocido a otra persona que haya estudiado tanto ese libro como ella.

Desde que tengo uso de razón he desayunado con ella. En la infancia resultaba una tragedia porque me obligaba a beber jugo de apio y naranja para “tener fuerzas”. Dejamos de beberlo por años, pero volvimos a las andadas. Es así como me he enterado de su vida.

Hoy salí temprano al trabajo y no pude desayunar con ella. Apagó la estufa sobre la que estaba el pocillo rosa con nuestra agua para café. Sentí tristeza porque luego de la muerte de mi abuelo me duele tener que dejarla sola en casa y luego tuve unas inmensas ganas de contarles de ella porque escribimos mucho sobre los muertos y poco sobre las vivas.

“Nadie te tiene que decir si debes ser madre o no, sólo tú puedes elegir”, me dijo en uno de esos desayunos. A veces el feminismo se lleva en la sangre.

Yo me llamo Piedad en su honor. Piedad Vázquez Ojeda es mi abuela y esta es su historia de resistencia.

Lorena Piedad
Lorena Piedad
Pachuca, 1990. Locutora y redactora. Participante de la Feria Nacional de Escritoras Mexicanas (FENALEM), edición 2022. Algunos de sus textos fueron publicados en la Antología Poéticas de los Sures Femeninos Despatriarcalizando la Poesía (Colombia, 2020) y en Voces Indómitas Primera Antología de Narrativa Breve Escrita por Mujeres (México, 2021).

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