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viernes, diciembre 6, 2024

Hija del caos: DIEZ AÑOS de una LUCHA ANÓNIMA

Soy hija del caos. Las adicciones son un tema difícil de escribir.

Las mujeres no tenemos permitido redactar sobre ello porque qué pensarían de nosotras, las adictas.

Somos un sector marginado entre las marginadas. ¿En las marchas feministas dónde va el bloque de las adictas? En las conferencias con perspectiva de género, ¿en qué momento se aborda el tema de nosotras y la violencia ejercida por ser codependiente a una sustancia… o a una persona?

Acabo de cumplir una década en este camino de lucha interna y de prejuicio externo. Diferenciar entre un exceso de consumo o una enfermedad requiere, no sólo de la propia aceptación, sino de esquivar una y otra vez los consejos no pedidos de quienes son ajenos a las adicciones. El 13 de julio de 2013 crucé el umbral al mundo anónimo y diez años después aún escucho: “no es para tanto”, “¿a poco sí bebías mucho?”, “eres muy inteligente no sé qué haces ahí”, “deberías olvidarte de eso y vivir más”, “eso te quita mucho tiempo”, “ya no deberías pasar tanto tiempo en eso”, “ir a eso te daña más de lo que te ayuda”. Eso: el mundo anónimo. Un grupo de autoayuda, el mismo desde hace 3 mil 650 días.  

Es una secta, dice el que se identifica como ateo. Es mejor ir a terapia con profesionales, exclama el otro desde su privilegio que le permite pagar 400 pesos (más/menos) semanalmente. Someten a las mujeres, grita aquel que acosa sexualmente en las calles. Son pendejadas, se mofa el que despierta lleno de temor. Qué vergüenza ir ahí, me dijo una vez alguien que pasaba más de quince horas en su trabajo, ignorante de su propia adicción.

Este no es un texto para defender ese espacio anónimo porque no lo necesita; más bien, es para visibilizar a un sector femenino marginado desde todas las áreas: políticas, sociales y religiosas; porque, por años, las mujeres adictas sólo fueron las esposas de los alcohólicos, las madres de los drogadictos o las designadas a asistirles a los enfermos adictos porque, claro, el patriarcado está centrado en la figura masculina; incluso en este problema de salud pública no reconocido, despreciado y minimizado a tal grado que, a través de los años, los responsables de la toma de decisiones, consideran que es suficiente una campaña en medios de comunicación que repita una y otra vez: “Mira lo hermosa que es la vida, no te drogues, di no al alcohol y continúa”, o pintar las canchas de los barrios y colonias populares “para combatir las adicciones”.

Es verdad, el alcoholismo, la drogadicción, la codependencia no respetan género, pero sí marcan una diferencia en las oportunidades para enfrentarla; porque no es lo mismo reconocerlas como una enfermedad desde el consultorio de un prestigiado especialista en adicciones, que desde una banqueta o en una colonia con altos índices de inseguridad; y a esta receta le agregamos la juzga, la crítica social. Si para los hombres es difícil enfrentarla: para las mujeres significa un doble esfuerzo.  

En general, las personas adictas son tratadas como una especie diferente a la humana, como algo incómodo que sabemos que existe pero que no es parte de la sociedad. Sólo hace falta voltear hacia los semáforos y observar a las personas subir desesperadamente sus vidrios “porque ahí viene el vicioso”, cruzar al otro lado de la calle cuando viene un marihuano o reírnos bajito cuando vemos a una mujer “borrachita o pasadita”, por mencionar sólo algunos ejemplos.

Quisiera poner cientos de ejemplos para sacar los prejuicios de que, únicamente los y las adictas, son quienes viven en situación de calle; pero no me voy a centrar en eso, sino en las mujeres que somos parte de este sector anónimo. Me costó mucho, muchísimo, reconocer ante mis círculos escolares, laborales y sociales mi condición de anónima; me daba vergüenza que las personas me consideraran poco inteligente como para creer que una bola de borrachos y borrachas sin experiencia alguna en los ámbitos profesionales me podía ayudar.

En los primeros años traté de escapar de este lugar, convencerme de que no era el camino, construir una vida “normal” donde no fuera una mujer con una pasión demente por el alcohol y su efecto porque sólo Dios sabe cuánto amaba la sensación de llevarme un trago a la boca, así como también es testigo de los momentos oscuros que pasé por causa de ingerirlo sin control.

Creía yo que mis capacidades de redacción y melancolía únicamente eran posibles con el alcohol dentro de mi organismo. Así debía ser mi personalidad: depresiva y ebria, con un cigarro en la boca y los dedos en movimiento sobre el teclado. Luego, al transcurrir los años y de derrotas tras derrotas (y de buscar refugio en todas las personas que me decían que dejara “eso del grupo” para únicamente mirarlas darme la espalda cuando estaba hundida), me di cuenta de que existía una causa en este camino: la lucha colectiva de las adictas, de las mujeres que, como yo, padecieron y padecen una enfermedad (porque lo es y reducirlo a un simple vicio es equivalente a decir “el pobre es pobre porque quiere”). Es una enfermedad y así debe nombrarse para visibilizar.

En estos diez años reincidí y perdí la cuenta del número; pero pensar en las adictas me hacía regresar, porque también debemos asumirnos en estos espacios anónimos para trabajar con perspectiva de género. Y aquí estamos noche a noche para buscar un camino de recuperación y limpiar el trayecto de las que vienen detrás. Se lucha contra el machismo y contra la idea que permanece en algunos sobre que «los hombres sí son adictos, pero lo de las mujeres es emocional». Se lucha contra la jerarquía de género y también se lucha para erradicar «la rivalidad» que se genera entre nosotras, las adictas, en busca de la aprobación masculina.

La decisión de ser una adicta anónima ha tenido consecuencias. Me ha alejado de amistades, de una pareja y me ha hecho acreedora a una interminable lista de descripciones negativas. Tonta. Incrédula. Loca.

Cumplí una década de lucha contra esta enfermedad. Si acaso esta confesión me genera desaprobación, no importa, hace mucho que dejé mis disfraces y sólo por hoy aspiro a la paz y sí… también a la sobriedad emocional.

Lorena Piedad
Lorena Piedad
Pachuca, 1990. Locutora y redactora. Participante de la Feria Nacional de Escritoras Mexicanas (FENALEM), edición 2022. Algunos de sus textos fueron publicados en la Antología Poéticas de los Sures Femeninos Despatriarcalizando la Poesía (Colombia, 2020) y en Voces Indómitas Primera Antología de Narrativa Breve Escrita por Mujeres (México, 2021).

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